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Fragmentos de una mujer

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Martha quería dar a luz en su casa y no en un hospital. Cuando empiezan las contracciones, Sean, el marido, llama a la comadrona que los ha acompañado durante el embarazo. Pero le ha surgido un imprevisto y le manda a una sustituta de su entera confianza. Empieza entonces un impresionante plano secuencia de más de 20 minutos, que nos muestra, segundo a segundo, todo el desarrollo del parto. Al final, la sirena de la ambulancia que llega y un fundido en negro dan paso al título del film en la pantalla.

Kornél Mundruczó hace un trabajo magnífico a lo largo de toda la película, pero ese larguísimo plano secuencia del principio resulta absolutamente deslumbrante. Esa primera escena, antes de que arranque realmente la trama, sirve, además, de puente entre el personaje y el espectador. Este casi siente el dolor físico de Martha, que no duele tanto porque viene un hijo, como más tarde se identifica con su dolor interior, que resulta demoledor, la rompe a fragmentos, porque se ha ido el hijo.

Después, la vida continúa, pero ya no como antes. Los pechos de la madre sudan la leche inútil, como su amor de madre, que no tiene a quien envolver. Y Martha tiene que buscar su lugar en un mundo lleno de niños, pero que, para ella, se ha quedado vacío sin su pequeña.

Ahora el espectador se identifica con sus esfuerzos por recoger los “fragmentos” de sí misma para intentar recomponer su vida, hecha pedazos por el sufrimiento de la muerte de su hija y oprimida entre un marido desbordado por los acontecimientos y una madre autoritaria que no la deja respirar.

Hacía falta una artista de la talla de Vanessa Kirby, quien ya ha sido reconocida on el premio a mejor actriz en el Festival de Venecia por su impresionante trabajo en esta película, y no sería de extrañar que fuera galardona también con un Óscar por el mismo personaje de Martha. Kirby hace a Martha de carne y hueso, fuerte y frágil a la vez, hundida y decidida, rota a trozos y monolítica. Y no se puede dejar de citar también el extraordinario trabajo de Ellen Burstyn, como la anciana madre controladora, que está empezando a perder la memoria.

Dos grandes metáforas están presentes a la largo de la historia: los puentes, que aun pareciendo sólidos, pueden desmoronarse y dejar a las personas incomunicadas; y las manzanas, llenas de semillas capaces de germinar, porque la vida siempre acaba dando vida.

El relato arranca en otoño, se hunde en el invierno, cuando el río Charles arrastra bloques de hielo a la deriva, hasta que, por fin, el frío es vencido, las aguas recuperan su brillo de espejo y despunta la primavera en el paisaje y en la vida de Martha. Así es en la vida: el más crudo invierno siempre acaba en primavera. Fragmentos de una mujer nos habla de esperanza, de amor y de vida.

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