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George Harrison

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes, Adultos

Martin Scorsese tiene un magnífico pedigrí en el mundo del documental y del video sobre el rock: The last waltz (1978), sobre The Band; la serie Martin Scorsese presenta el Blues (2003), para el que contó con otros seis directores de la talla de Wim Wenders o Clint Eastwood para recorrer la historia de este género; Shine a light, filmando un concierto de los Rolling o el interesante No direction home sobre Bob Dylan.

El género despierta interés y es un mecanismo apropiado para mantener en el showbiz a muchas bandas y artistas, antiguos o actuales.

Ahora bien, este producto, muy bueno sin duda, está más dirigido al mercado del DVD por su duración. Los 208 minutos se hacen eternos incluso para un fan de los Beatles. La razón es obvia. El documental sigue el orden cronológico de la vida de George Harrison, y las cosas como son, George Harrison interesa, principalmente, no por su mística o por su opción por la religión india, sino porque fue uno de los fab four. Sólo cuatro personas han sido Beatles y él fue uno de ellos. El documental decae cuando se cierra la etapa Beatle. Decae y se alarga excesivamente.

El título es muy adecuado, ya que el núcleo del mismo –una vez desplegada la magia y la nostalgia beatle- es la contante búsqueda espiritual que emprendió George Harrison, de los cuatro el más influido por la religión  hindú y por la meditación trascendental, pero que vive a su vez en un mundo lleno de presión e inquietud. Nadie puede negar a Harrison la honestidad de la constante búsqueda que impregnó su música, sus letras y su vida de artista. A él se debe el primer gran concierto solidario o comprometido de la historia del rock: el concierto por Bangla Desh, tras su secesión de la India, como modo de ayudar a los damnificados y desplazados de la cruenta lucha que se desató.

Ahora bien, el tema de la religión y de la búsqueda de Harrison, y que tuvo una repercusión trascendental en todo el movimiento de la contracultura de los años sesenta y más adelante no deja de presentarse como una búsqueda confusa y embrollada: se mezcla el asunto con una ambigua visión (entre complaciente y moderadamente crítica) de las drogas, y con el debate social e intelectual que generó en la opinión pública esta vanguardista opción –en su día- de  los chicos de Liverpool.

Sin embargo, como se ve en la cinta, el movimiento orientalista carece de la verdadera dirección del movimiento religioso, pues no pasa de ser una búsqueda del propio yo, a través de técnicas y guías, pero sin abrazar una búsqueda de la verdad. Lo que prima es la importancia de sentirse bien, de estar en armonía con uno mismo; en definitiva es uno el que hace su camino, el que crea su “verdad”, el que tiene la última palabra. Falta, en definitiva, la apertura al Otro que puede darme la plenitud que yo no tengo.

Los conceptos barajados, aún con sus limitaciones, son interesantes, y sin duda aportaron estabilidad a aquellos Beatles más problemáticos, George y John. Razón suficiente para afrontarlos con seriedad. La película, en este aspecto, es un cristal que deja hablar a George y a otros sobre su búsqueda espiritual en un mundo material.

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