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La decisión

Caratula de "La decisión" (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

¿Hasta qué punto es una vida digna de ser vivida? Básicamente esta sería la pregunta en la que se encierra todo este drama.

Lily (Susan Sarandon) reúne en su preciosa casa junto al mar a toda su familia, incluida una vieja amiga de juventud. ¿El motivo? Despedirse. Ha tomado la decisión de suicidarse. Tiene ELA y en breve la enfermedad la dejará totalmente paralizada. Así que decide adelantarse al fatídico momento ahora que todavía sólo tiene paralizado su brazo derecho.

Entre seda y cristal, canciones y paisajes bellísimos, suaves brisas y emotivos silencios, velas, vino de la mejor calidad y deliciosas comidas, sin apenas preguntas, vemos pasar plácidamente un fin de semana que, de no saber el motivo, parecería más una sofisticada despedida de soltera, en vez de una sofisticada “despedida de suicidio”.

El guionista Christian Torpe, y el director Roger Michell realizan un excelente trabajo para que no nos quede la más mínima duda. No se les escapa ni un resquicio de duda, ni una pequeña grieta, salvo un supuesto romance entre su padre y la vieja amiga de Lily, para que el espectador encuentre que la única y valiente opción de quitarse la vida.

Lily aparece como una mujer inteligente y segura de sí misma, que tiene un marido que la ama profundamente; unas hijas que, a pesar de ciertas diferencias y envidias que se esconden detrás de toda familia, la adoran; una amiga fiel; un yerno, aunque algo conservador, respetuoso y cariñoso con su hija mayor; nieto adolescente que quiere ser actor y la divertida novia de su hija menor… sólo faltaría un precioso perro que acompañe la impecable postal.

Todos parecen estar de acuerdo con la decisión. Nadie quiere ver la otra cara. La de una mujer que engañosamente obliga a toda su familia a ser cómplices de una decisión que les dejará psicológicamente afectados de por vida.

Te dejaré dinero en herencia, querido, pero sólo si te lo gastas en putas y cocaína”, le dice entre risas a su nieto, mientras todos le ríen la gracia. Obliga a su marido a buscarle la droga ilegal que la matará, además de tener un romance con su mejor amiga. Obvia la frágil mente de su hija menor y coacciona sin escrúpulos a la mayor. En definitiva, hace cómplices a todos de su asesinato, entre risas y porros. Pero, es tan bonito… tan valiente…

Cualquier enfermo que pide la eutanasia lo que está pidiendo es cariño, acompañamiento. Esto es algo que dice el 99% de los médicos a los que se pregunta. Pero no. Director y guionista se dejan caer por el plano inclinado de la muerte asistida sin cotejar cifras, historias ni estadísticas. Ni una sola referencia a los cuidados paliativos ¿Por qué? Porque la eutanasia es infinitamente más barata para el estado. Al final, como casi siempre, es cuestión de dinero.

Sócrates decía que “tenemos miedo a la muerte porque no sabemos vivir”. En la familia de Lily, ya se ve que esta afirmación es un puro espejismo. Un maquillaje perfecto. La muerte no es el tema. El tema es el miedo a vivir, el miedo a sufrir.

Una película que calificaría de abominable por tanto eufemismo y por el daño que se va a hacer a tantas personas que efectivamente sí luchan o han luchado por vivir su vida dignamente hasta el final.

La fotografía, de colores muy delicados entre azules, blancos y transparencias, son un reflejo de la gran burbuja de falsedad entorno a un debate en el que nos jugamos mucho. De hecho, la vida.

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