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La Impaciencia del corazón

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +13

La clásica definición de chico conoce a chica y se enamoran y juntos se tienen que enfrentar a las difíciles circunstancias propias de los tiempos de guerra no casa con esta película, basada en la novela de Stefan Zweig, “La piedad peligrosa”. Es verdad que hay un chico, Antón, que conoce a una chica, Edith y que hay una guerra: estamos en el año 1914. Pero ese es solo el telón de fondo, o más bien, el culmen de sus desgracias.

Antón es un soldado de origen humilde que ha conseguido escalar en el ejército danés a pesar de tener que haber pedido un préstamo inicial para poder formar parte de él. Edith es una mujer joven y guapa, hija de un barón y que vive en un castillo, pero condenada a la silla de ruedas tras un accidente que sufrió montando a caballo. Un accidente que ha marcado su vida, le ha forjado un carácter fuerte y en ocasiones desagradable. Y ha marcado también la vida de su padre viudo, que ya solo vive para curar a su hija.

El enamoramiento entre ellos no es un enamoramiento romántico, se presenta desde el principio lleno de dudas, de drama, hasta el punto de que el espectador duda en todo momento de si es verídico. Lo más interesante de este proceso es ir descubriendo a los personajes, con caracteres bien estudiados y llenos de matices -y una magistral actuación de los actores Clara Rosager y Esben Smed-. El espectador es incapaz de averiguar lo que siente Antón porque él mismo no lo sabe.  Ambos lo descubren a la vez.

Es un hombre bueno y también cobarde. Pero su mayor culpa es no querer hacer daño, o querer cargar sobre sus hombros con la salvación de ella. Es lo mismo que le sucede al padre de Edith, querer salvar a su hija, hacerse responsable de la salvación de su hija es lo que le destruye. Y también a su prima Anna, que ha pospuesto su boda eternamente esperando una curación que sabe que no va a llegar. La culpa de Edith -la lisiada- es la contraria, pretender que Antón le salve la vida, estrujarle y pedirle más de lo que él nunca le va a poder dar, aunque quiera prometérselo.

En un plano secundario aparece otro personaje muy interesante, el médico. Él también se compadece de su paciente, de todos sus pacientes en realidad. Cada uno que no consigue curar es una losa que él va a cargar para siempre. Pero a medida que la historia de Antón y Edith se va enredando, el médico es el primero que se da cuenta de que lo único que pueden hacer, es más, que lo mejor que él puede hacer por su paciente, incluso más que curarla, es decirle la verdad. En ese momento es cuando empieza a deshacerse el nudo. Pero entonces, empieza la guerra.

Elena Santa María

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