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Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Todos

Llega a las pantallas una de las películas más esperadas del año, el encuentro de dos iconos del entretenimiento: el personaje de cómic Tintín y el director de cine Steven Spielberg, ayudado en la producción por Peter Jackson.

La película ha sido realizada mediante el sistema de motion capture, que sintetiza los gestos y movimientos de los actores y los traduce en animación 3D. Este sistema ha producido ya varias películas como “Polar Express”, “Beowulf” o “Cuento de Navidad” (todas ellas, curiosamente, del discípulo de Spielberg Robert Zemeckis).

Lo primero que hay que decir es que nos encontramos ante una espectacular película de aventuras sin ningún otro objetivo que entretener. No hay ni rastro de los temas recurrentes en el cine de Spielberg (la paternidad, el regreso al hogar, la recomposición de familias rotas): únicamente un enigma (en la mejor tradición de los mcguffin narrativos de Hitchcock) que sirve de excusa para poner en marcha la aventura.

Al igual que en los comics, Tintín es un protagonista sin demasiados rasgos distintivos: no tiene el carisma socarrón de Indiana Jones (a pesar de que lloverán las comparaciones con el arqueólogo del sombrero), es simplemente un catalizador de la aventura, un alter ego genérico para que cualquier lector/espectador se pueda identificar sin problemas.

Es un personaje que no sufre conflictos personales, que no cambia a lo largo de la peripecia. En cambio, a partir de la mitad de la película aparece el Capitán Haddock, un marinero venido a menos sobre todo por su alcoholismo. El secreto del Unicornio gira en torno a la historia de su familia, y ese reflejo de la grandeza pasada sirve para que el personaje luche por rehabilitarse. Ese arco de transformación convierte la segunda mitad de la película en una historia sobre la redención y las segundas oportunidades, añade una emotividad que curiosamente no tiene que ver con el personaje principal, como hemos visto. El papel de Tintín en dicha trama es simplemente el de conciencia externa de Haddock, el que le recuerda quién es y lo que debería hacer.

En cuanto al aspecto formal, el hecho de que la película sea animada libera a Spielberg de todas las ataduras de un rodaje físico, y cuando hablamos de un narrador visual como él, el resultado es una auténtica montaña rusa. La planificación de las continuas secuencias de acción es apabullante, un continuo “más difícil todavía” que confiere un ritmo implacable a la cinta. Y precisamente ahí reside también el principal fallo de “Las aventuras de Tintín”: la acumulación de espectaculares secuencias de acción, una detrás de otra, puede llegar a cansar. En una película con tantos picos de intensidad, las piezas de acción pueden acabar perdiendo su efectividad. De hecho, después de semejante tour de force, el clímax y posterior epílogo pueden saber a poco.

Otro problema es que la película está tan saturada de acción que la información que hay que exponer sobre la trama se concentra en algunos diálogos, que pueden resultar algo densos (por ello se agradece el recurso que ya se utilizaba en los comics, por el cual Tintín va comentando todos sus hallazgos y razonamientos con su perro Milú).

Por lo demás, los fans del personaje pueden estar tranquilos: Spielberg ha sido respetuoso con la esencia del cómic (incluso dedica un cariñoso homenaje a Hergé en la primera secuencia), los personajes son reconocibles para los lectores, el tipo de humor algo ingenuo de las viñetas también está presente, y muchas de las situaciones están sacadas de varios álbumes.

Así pues, “Las aventuras de Tintín” es una estupenda película de aventuras para toda la familia, que gustará a los seguidores del cómic y a neófitos por igual. La auténtica lástima es que no sea una película de imagen real, ya que a muchos la animación motion capture nos sigue resultando demasiado sintética.

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