Crítica:

Público recomendado: Adultos S

A través de los ojos de un niño, Los demonios nos lleva a conocer un mundo cambiante: Félix, de 10 años, se encuentra en un momento de su vida en que todo a su alrededor parece estar cambiando. Aparecen frente a sus ojos temas como la sexualidad, las relaciones de pareja, las fisuras emocionales, el bullying y otras cuestiones.

En torno a todos estos descubrimientos, en Félix se van formando los demonios: las fantasías y temores que a todo niño se le pueden ir dibujando cuando entra en esta fase de cambio en la vida. Sin embargo, a todos estos demonios interiores se contraponen otros “demonios” reales que la historia retrata, en el mundo que rodea a Félix: delincuencia, agresividad…

La historia se desarrolla con una narrativa discreta pero llamativa, con un tono personal que apuesta por la suavidad y la distensión en la ejecución. La película va formando coreografías visuales, juntando a los personajes en espacios en los que expandirse y expresarnos sus interioridades, a partir de sus gestos, evitando una planificación descarada o sensacionalista, en escenas dedicadas a la exploración, a la contemplación, y a la respuesta ante ella.

Todo el conjunto de elementos que forma una película (guión, dirección, fotografía, interpretaciones, montaje…) no se alinean en Los demonios de un modo orgánico, dejando posos de inestabilidad en la narración. Intenciones marcadas pero una ejecución no tan precisa.

Con incursiones en la crueldad que de los niños puede desprenderse, y en el mal de los adultos, la película tiene escenas que pueden llegar a ser duras de presenciar, recreándose en ocasiones en estas manifestaciones de lo horrible, sin llegar a ser, eso sí, descarada y abusiva. Ahonda en las perversiones, con sus diferentes formas de manifestarse, y no tanto en la inocencia.