Crítica:
Público recomendado: Adultos
Perseguir la felicidad es el estado perpetuo del ser humano, aunque no siempre nos tomamos tan en serio para empeñarnos en ello y repetimos —hoy más que nunca en este mundo globalizado, homologado— fórmulas que nos embarrancan en las mismas posiciones y que, además de reproducir las mismas insatisfacciones, nos conducen a la autodestrucción. Un buen ejemplo de ello es Demonios tus ojos, del director Pedro Aguilera (Naufragio, La influencia…).
Con guion de este último y Juan Carlos Sampedro, nos cuenta la historia de Oliver (Julio Perillán: Ignacio de Loyola, Naufragio, Viral…), un director de cine afincado en Estados Unidos que regresa a España cuando, en una de sus sesiones pornográficas por Internet, ve a su hermana como protagonista de una ellas. En su vuelta a casa, recorrerá un camino de ensimismamiento obsesivo que le conducirá a una desmesurada fijación por Aurora ((Ivana Baquero: Mi otro yo, El club de los incomprendidos, El laberinto del fauno…), su hermana.
Aguilera antecede al final de la cinta en los primeros minutos de la película (esto embarulla algo la narración). Así nos presenta algunas consecuencias del devenir de los personajes, que parecen un boceto de los intereses y pulsiones con las que cohabitan muchos jóvenes y adultos en nuestras sociedades occidentales. Así, drogas, alcohol, sexo por Internet y en vivo en fiestas excesivas reflejan el modo de vivir de muchos de nuestros contemporáneos.
Aunque algunos aspectos de la narración no quedan temporalmente claros, como se dijo antes, la historia principal va funcionando con Oliver y Aurora, los personajes centrales bien dirigidos por Aguilera, para ofrecernos retazos de vidas sonámbulas, empeñadas en transitar por caminos que los apartan brutalmente de ellos mismos.
“El instinto no es suficiente para llegar a la meta; hay que elegir bien el camino”, responderá al inicio Oliver en una entrevista cuando el periodista le pregunta cómo perdió la inocencia. Así Oliver parece interpretar el papel de muchos famosos a los que envidia la gente, pero que andan personalmente a la deriva.
En esta esquizofrenia vivimos en nuestras sociedades avanzadas, preconizando la adquisición de nuevos derechos “salvadores” que nos saquen de la apatía y aburrimiento en que vivimos, incapaces, por otro lado, de dar respuestas satisfactorias que vayan más allá de nuestras apetencias e instintos. Así deambulamos reiterando “emociones” (drogas, alcohol, sexo…) que nos dejan insatisfechos y vacíos, consecuencias de haber perdido la dignidad de mirarnos al espejo y de tomarnos en serio.