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Otra vuelta de tuerca

Caratula de "Otra vuelta de tuerca" (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Recuerdo la primera vez que oí hablar de Otra vuelta de tuerca. Fue en la universidad y mi profesor de literatura me dijo, “es el suspense hecho literatura”. No recuerdo si esperé a que la clase terminara para ir a comprarme el libro de Henry James. Es un relato cortito, se lee en una tarde bien aprovechada y en esencia es la semilla de algo que hemos visto hasta el delirio en el cine de terror. Una joven institutriz es contratada para cuidar de un par de niños huérfanos en una impresionante mansión. Imagino que la propuesta les sonará de algo más que nada porque hace muy poco Netflix estrenaba una de sus series estrellas precisamente inspirada en James, La maldición de Bly Manor.

En esta ocasión, sus responsables estaban dispuestos a confeccionar la adaptación definitiva de Otra vuelta de tuerca. Steven Spielberg se implicó personalmente, contrató a los guionistas y hasta al director, nada menos que Juan Carlos Fresnadillo. Sin embargo, cinco semanas antes de comenzar el rodaje y habiendo desembolsado un pellizco bastante importante de dinero, Spielberg consideró que se estaba adulterando el relato original y que no se estaba pergeñando la idea que el tenía en mente de modo que despidió a Fresnadillo y paralizó la producción.

La elección de Floria Sigismondi resultó en si misma sorprendente. Se trata de una curtida director de videos musicales con más de quince años en el sector. Era, sin duda, una apuesta arriesgada, aunque también puede que fuera una forma de recuperar el dinero que ya se había invertido en una producción que ya había echado a andar y que no tenía director. Sigismondi era una directora consumada, con un peculiar sentido de la imagen que podría llegar a imprimar, si se aliaban los planetas, una película de terror compacta y bien pertrechada.

Y aunque parezca mentira, todo este se aprecia de principio a fin en Otra vuelta de tuerca. Porque en efecto, hay un apreciable esfuerzo por ofrecer un producto compacto y trascendente, o que al menos lo parezca. De entrada, situaron la acción en la década de los noventa, más o menos cuando Kurt Cobain se quitó la vida impregnando así de paso el relato de cierto tono grunge, lo que no resulta extraño viniendo de una realizadora como Sigismondi. La fotografía roza lo exquisito confiriendo una importancia singular a casi todos los objetos alejándose sensiblemente del típico tenebrismo y los actores están realmente bien, desde Mackenzies Davis, a la que descubrimos en la serie Halt and Catch Fire hasta Brooklynn Prince que augura una prometedora carrera delante de las cámaras.

Sin embargo, todo lo bien hilado que parece estar todo más o menos hasta la mitad de la película, se va deshilachando conforme avanza el metraje. En realidad, sospecho que todo pueda deberse a un empeño personal de Spielberg, presente como una deidad todopoderosa que, aunque no aparezca en los créditos deja bien hundida su huella. Sobre todo, por su tendencia a simplificar las cosas y hacerlas lo más comprensibles posibles, no sea que el de la última fila no se haya enterado.

Y este es el peor y más doloroso defecto de Otra vuelta de tuerca, una cinta que tenía todos los elementos para haberse erigido como un notable film de terror. Sus sustos fáciles no terminan de aportar nada y lo único que consiguen es volatilizar el formidable estudio psicológico que la obra de James contenía entre sus líneas en donde ni si quiera el narrador era de fiar.

Puede que la culpa la tenga mi profesor de literatura en la universidad. Cada vez que oigo hablar de una adaptación espero una película que sea “el suspense hecho cine”. Pero, esta no ha sido la ocasión, no.

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