Crítica
Público recomendado: + 18.
La premiada y carismática Ingeborg Bachmann (Klagenfurt, Austria, 25 de junio de 1926-Roma, Italia, 17 de octubre de 1973) ha conquistado con su poesía el bastión dominado por los hombres de la literatura en lengua alemana. Se encuentra en la cima de su carrera cuando conoce en 1958 al famoso dramaturgo Max Frisch.
A los 50 años de la muerte de Ingeborg Bachmann, la directora Margaretha Von Trotta (cineasta que se ha acercado a otras mujeres importantes como Hildegarda Von Bingen, Hannah Arendt, Rosa Luxemburgo), narra en Viaje hacia el desierto la historia de sus personas, de su amor apasionado, donde se proponen un pacto de entrega y respeto a su libertad, pero las fricciones profesionales y personales empiezan a perturbar la armonía. Su intento tormentoso de relación y de búsqueda de estabilidad no dura más de cuatro años, lastrada por el narcisismo, la mentalidad de la época y los celos de Fritz, frente al concepto supuestamente independiente y libertario de Bachmann.
Las relaciones “poliamorosas” de Bachmann con Max Frisch –o con Paul Celan, o con Hans Weigel, o con Hans Magnus Enzensberger, por nombrar los más conocidos de sus amantes– estriba precisamente en que reflejan a la perfección las razones de este fracaso. Se repite en ellas una y otra vez el esquema de un tipo de fascismo y de la lucha por el poder entre hombre y mujer, en la que la mujer, si no se somete, se (auto)destruye. Bachmann, una vez salida del derrumbe psíquico en que cayó tras la separación de Frisch, dedicó a este complejo temático su gran ciclo de prosa “Formas de muerte”, con las novelas Malina, El caso Franza, Requiem por Fanny Goldmann y el libro de relatos Tres senderos hacia el lago.
Más bien somos testigos de la cara B de una historia de amor que fue dependencia desordenada, interés propio y ataduras en las dos direcciones. Para Bachmann el experimento supuso el colapso total, aunque se supone que sus principios libertarios eran lo suficientemente profundos como para sostener la relación y sus consecuencias. Viaje al desierto demuestra precisamente cómo cada persona sobre la tierra siente una tremenda nostalgia del gran amor, y que cuando yerra, se acerca a la devastación. Pero tampoco el amor -descubre Bachmann- está en el desierto, “mi dulce limbo, mi salvación”. Parece que el gran amor es un trasunto -también aquí en este mundo- de respeto, desinterés propio, generosidad, humildad, perdón, libertad, servicio, sufrimiento y gozo.
No lo hicieron bien. El desgaste emocional por aquél pacto de amor libre extenuante y demoledor tiene tintes archirrepetidos y probados por otras célebres parejas, como Sartre y Weil. La lucha trágica de Bachmann por una nunca alcanzable estabilidad, que fracasa en buena parte por las circunstancias de dos vidas extremas, la suya y la de Max Frisch, con la lucha continua de egos, viajes extenuantes, trato social intenso y un consumo indiscriminado de alcohol y pastillas.
“Ya me he liberado de todos los hombres por los que me he sacrificado”, afirma Ingeborg. Experimentar entregar a su amor Fritz a otra mujer, no gestionar las frustraciones juntos, a pesar de quererse, tan solo subraya los muros entre uno y otro y concebir el amor como una arena de gladiadores. No sale bien. Sin embargo, la libertaria Bachmann no es capaz de pasar página, sino que lo ve como la más terrible derrota y larga agonía.
Pero se sabe que Bachmann no sólo autorizó la publicación de Pongamos que me llamo Gantenbein, sobre el fracasado amor de un escritor supuestamente ciego con una excéntrica actriz –trasunto de Bachmann– sino que corrigió las galeradas y se mostró feliz con el logro de Frisch. Y el mismo entusiasmo tuvo Frisch con los relatos de A los treinta años, donde él sirvió de modelo para algunas de las figuras pequeñoburguesas y de varón cerebral y calculador que allí aparecen.
Cuando Ingeborg tiene problemas, sus amigos están ahí para ayudarla, entre ellos Hans Werner Henze y el joven Adolf Opel, periodista vienés y hombre de letras. Juntos viajan al desierto. En este viaje, Ingeborg cree encontrar el camino de vuelta a sí misma y, sobre todo, a su escritura.
En Ingeborg Bachmann, mi hermana, el libro de recuerdos de su hermano Heinz Bachmann, se presenta el álbum familiar, donde se descubren aspectos habitualmente poco considerados en el trabajo de una autora rodeada de tanto glamour: la precariedad económica en la que vivía y la preocupación por mantenerse a flote con su escritura. Las dificultades como autora extranjera en Roma, donde estaba socialmente más que integrada, cultivando amistades con Elsa Morante, Pier Paolo Pasolini, Luigi Nono o Giuseppe Ungaretti. El análisis del hermano menor silencia algunos rumores y despeja las dudas sobre las causas de la muerte de Bachmann (abrasada por un incendio en su propia casa a los 47 años).
Maria Molina