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Zombieland: Mata y remata

Caratula de "Zombieland: Mata y remata" (2019) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: + 18

La distopía siempre ha sido un género para hacer pensar. Los zombis y los no-muertos han sido tradicionalmente una metáfora de la pérdida de humanidad que nos acecha. Sin embargo, con el paso de los años, los clichés se hacen mainstream y el mercado se apodera de las críticas modulándolas y convirtiéndolas en meros productos de entretenimiento prestos a ser devorados con fruición. Eso es lo que pasa con Zombieland: Mata y Remata (2019).

En un momento del filme se dice: “porque la vida no es solo sobrevivir”. Y uno tiende a pensar en las usuales críticas a la infra-vida en nuestro mundo posmoderno que hemos visto en películas del difunto Romero y tantas otras. Pero no se refiere a eso. Lo que quiere decir realmente el subtexto es que lo único que podemos añadir a la supervivencia es la narcosis del consumo de ficciones.

Mientras muchos clásicos del género se empeñan en subrayar la moraleja del consumidor consumido, esto es, de que el consumo te consume, tanto en la primera Bienvenidos a Zombieland (2009) como en esta su secuela con idéntico director, Ruben Fleischer, se busca simplemente la diversión de la sala de la mano de unos buenos efectos especiales, una previsible sucesión de gags más o menos graciosos, y un elenco de actores con tirada: como Woody Harrelson haciendo de Tallahassee, Jesse Eisenberg haciendo de Columbus, Rosario Dawson haciendo de Nevada, Emma Stone haciendo de Wichita, Zoey Deutch haciendo de Madison –todos con nombre de ciudad, como en La casa de papel-, etc.

El resultado es el que se busca: una zomcom de gran taquilla. La hora y media que dura el filme sirve para arrancarnos alguna sonrisa e incluso alguna carcajada, especialmente ligada a los imaginativos sketches dedicados a los asesinos de zombis del año. Sin embargo, la película no entra en las posibilidades más comprometidas del género. La única idea interesante que aparece es la de la evolución de los zombis hacia formas de vidas más inteligentes y mejores, pero en lugar de arriesgar en esa línea se limita a clasificarlos en Homers, Hawkings, Bolts y T-800s y tratarlos con meros monigotes en un videojuego.

Así, en esta golosina visual se imponen los juegos de cámara, la fragmentación, los giros irónicos de guion, el sarcasmo, la espectacularidad de los sesos y el ketchup, las metaficciones sobre otras ficciones Z e incluso un cameo final sorpresa. Y todo esto adornando una trama en la que se legitima el modo de vida americano desde los nativos hasta los pioneros, con sus lujos, su Casablanca, sus neones, sus mitos, su Graceland, sus armas, sus rascacielos, sus motores de gran potencia y sus hippies. Todo muy cómico, trumpista y desenfadado.

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