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Retrato de una mujer en llamas

Caratula de "Portrait of a Lady on Fire" (2019) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

En la Bretaña francesa de finales del Siglo XVIII, una reconocida pintora, Marianne (Noémie Merlant) recibe un extraño encargo: tiene que retratar a una joven aristócrata, Héloïse (Adèle Haenel) sin que esta se entere. La madre de Héloïse ha sacado del convento a su hija para casarla contra su voluntad con un adinerado milanés. Pero antes de cerrar el compromiso, el pretendiente italiano debe recibir un retrato de la joven y dar su beneplácito.

La directora francesa Céline Sciamma, discípula de Xavier Beauvois (De dioses y hombres) ha dedicado toda su filmografía a indagar en cuestiones de adolescencia y homosexualidad, siempre con una puesta en escena muy personal, elegante, parca en diálogos y preciosista en sus encuadres. Su primera película, Lirios de agua (2007), ya trataba de la atracción sexual entre dos nadadoras adolescentes. En Tomboy (2011) abordaba la cuestión de la ambigüedad sexual de una niña en plena pubertad. Girlhood (2014) se centraba en la adolescencia femenina desde la crítica a un entorno familiar opresivo. Todos estos temas se dan cita en Retrato de una mujer en llamas, que sin abandonar la elegancia y el pudor del estilo de Sciamma, se desinhibe ideológicamente y se muestra explícitamente militante en su seguimiento de la agenda feminista más radical.

A la historia que se centra en el surgir del amor homosexual entre las protagonistas, se añaden algunas subtramas y reflexiones colaterales nada banales. Por ejemplo, la maternidad aparece siempre teñida de colores negativos: la madre de Héloïse es impositiva y castradora; Sophie, la criada, tiene un embarazo no deseado y busca la forma de abortar, y en el final de la película se muestra la infelicidad tremenda de una Héloïse madre. Otro tema curioso –más bien inverosímil- es el hecho de que la protagonista, que viene de un convento de clausura, en el Siglo XVIII, no experimente ni el más mínimo asomo de reparo ante la posibilidad de facilitar un aborto. Por otra parte, frente a la religión, por la que las protagonistas no muestran ningún interés ni vestigio de creencia, hay una escena, extraña, en la que participan de una especie de rito pagano con otras mujeres del pueblo, en torno a una hoguera, en la que se canta y se bebe con atmósfera de brujería. Se presenta como una fiesta de libertad.

Hay que reconocer a la directora el esmero visual y pictórico del film, su sutileza cinematográfica –que no ideológica- y hay que agradecerle su pudor a la hora de evitar escenas explícitamente sexuales. Adèle Haenel hace como siempre, una interpretación memorable y Noémie Merlant, poco conocida en España, hace un trabajo formidable. Una pena que el talento de la directora, que casi siempre se había acercado a la temática homosexual con poco lastre ideológico, haya sucumbido a planteamientos tan doctrinarios.

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