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Crónica de la Berlinale 2023.

Crónica de la Berlinale 2023.

La septuagésimo tercera edición del Festival de Cine de Berlín representa, en palabras de su director artístico, Carlo Chatrian, un nuevo comienzo. Chatrian, que venía de programar en el ecléctico e iconoclasta Festival de Locarno, llegó a Berlín en 2019. Mal momento, sin duda, para incorporarse a tamaño encargo, pues poco después habría de desatarse una pandemia que hizo que la edición de 2020 fuese vivida con tensión, la de 2021 en modalidad híbrida y la de 2022 entre interminables colas para los tests diarios de antígenos. Todo un reto. No extraña, por tanto, que Chatrian hable de un nuevo comienzo en 2023, no solo para él, sino para el Festival en sí. El cronista que suscribe estas líneas no puede estar más de acuerdo: la 73ª edición de la Berlinale ha sido un gusto en todos los sentidos: tanto a nivel organizativo -la pandemia acabó con las innumerables colas que los periodistas debíamos esperar para acceder a las entradas, que ahora se solicitan por internet-, como en lo relativo al ambiente -mucho más distendido en general- como a la calidad de los files mostrados. Berlín siempre es sinónimo de selección delicadísima de las películas a concurso. Pero este año, además, ha sido una selección sorprendente. Incluso los filmes peores -esos que se cuelan todos los años, Dios sabe por qué rendija, en la Sección Oficial- han sido razonablemente buenos. Al menos los que se exhibieron durante el primer fin de semana del festival, y que analizamos a continuación.

Si, sin conocer aún el palmarés que cierra estas líneas, alguien le hubiera pedido al abajo firmante escoger una película candidata al Oso de Oro, habría dicho sin duda Past Lives, ópera prima de la directora surcoreana Celine Song. Se trata de un film pequeño, delicado, perfecto a nivel narrativo, y que emociona por su profunda aproximación a la complejidad del corazón humano. Nada impide que en la vida (re)aparezcan afectos verdaderos que colisionen de frente con las opciones existenciales que uno ha tomado. Ante situaciones de ese calibre, buena parte del cine opta por mostrar la opción arrebatada, las pasiones que consumen, la tentación de dejarse llevar y apagar la razón. Es el caso, sin ir más lejos, de Irgendwann werden wir uns alles erzähen, acaso la película más prescindible y previsible de toda la Sección Oficial, que narra de manera repetitiva -no solo dentro del propio relato, sino porque sabe a culebrón mil veces visto- la historia de un amor puramente instintivo entre un cuarentón solitario y una chica de pueblo. Mucho más rica es, sin embargo, la propuesta de la debutante Song: más creíble, más humana y posiblemente más próxima al grueso del público. Una película con la mirada limpia, cargada de humanidad, elusiva de las fórmulas prefabricadas. Una historia, en el fondo, en torno a la madurez personal, que evita los caminos estridentes y sabe soportar con entereza el dolor de un desgarro afectivo. Imprescindible. No obstante la brillantez del film, y aunque nada puede relatar en primera persona quien esto escribe, ha sido otro surcoreano, el veterano y magnífico Hong Sangsoo quien ha sorprendido a propios y extraños con Walk Up, la primera película completamente desenfocada de la historia del cine y, al parecer, con todo el sentido narrativo. Al fin, algo nuevo bajo el sol. Deseando verla.

Otro posible candidato al Oso de Oro hubiera podido ser Manodrome, que recibió una cerrada y prolongada ovación al final del film, y otra más tras los títulos finales. Protagonizada por un Jesse Heisenberg en estado de gracia, el film, producido por Universal -una sorpresa absoluta ver este logo en un film de la Sección Oficial- dará que hablar, y mucho. Son de esperar ríos de tinta para este relato que habla sobre padres ausentes, masculinidades heridas, homosexualidades reprimidas y la seguridad del rebaño. Y, cómo no, sobre la absoluta desprotección del ser humano privado de un afecto cierto. Más compleja tanto a nivel temático como narrativo de lo que seguramente algunos querrán ver -es bien probable que se convierta en una discutida bandera ideológica- Manodrome aporta, en cualquier caso, un arsenal de ideas para el debate en torno a qué significa ser hombre y ser padre en el siglo XXI. Apasionante y retorcida.

También en torno a las relaciones paternofiliales y, en general, humanas gira Bai Ta Zhi Guang, del chino Zhang Lu, peaje de la Berlinale 2023 al cine del país del drgaón, a años luz de la maravillosa Yin Ru Chen Yan, con la que Ruiju Li compitiera el año pasado. Una película larguísima, tediosa, anodina y… larguísima. Intuyo que no la verán ustedes en los cines españoles, como tampoco es probable que se proyecte en nuestras salas The Survival of Kindness, una pesadillesca fábula postapocalíptica a la que le sobran simbolismo, sobreactuación y pretensión de originalidad. El film del veterano Rolf de Heer confía demasiado en las imágenes: el único diálogo de la cinta acontece, en un idioma no europeo y sin subtítulos, a los 90 minutos de metraje. El problema es que el poder de tales imágenes es mucho más restringido de lo que le gustaría a su autor, a pesar de los habituales e impresionantes planos generales de paisajes diversos. Ideal para una noche insomne.

En las antípodas de ambas cintas se sitúa una de las mayores sorpresas de la Sección Oficial. Se trata de Blackberry, dirigida por Matt Johnson. No estorba en este caso la extensa duración de una cinta que, después de algunos trabajos menores, podría servir como consagración de Johnson tanto para el público como para la crítica: es bien posible que ambos la amen. En la primera mitad del film que cuenta el ascenso y la caída de la empresa que llevó al mercado los hoy imprescindibles smartphones, el público pasa de una carcajada a la otra sin solución de continuidad. Hacía mucho tiempo que quien suscribe estas líneas no se reía tanto y tan a gusto en una sala de cine. Johnson, a través de su cámara propensa al zoom, los reencuadres agiles y los reenfoques con regusto de amateur, demuestra ser un verdadero maestro de la comedia emanada del continuo contraste entre lo que se ve y lo que se espera. La forma de filmar permanece invariable en la segunda mitad, pero Johnson usa los mismos recursos para expresar nítidamente la amargura del neoliberalismo, que promueve la explotación de las personas y la rapiña de chaqueta y corbata -en este caso perpetrada por Steve Jobs y su iPhone, que directamente devoraron a Blackberry-. Interesantísimo el personaje de Dough, interpretado por el propio director: esa suerte de Sancho Panza que supo retirarse a tiempo y hoy es uno de los hombres más ricos del mundo. Para ver y comentar con los amigos.

El repaso a la Sección Oficial que puede aportar el primer fin de semana del Festival concluye con el biopic de Margarethe von Trotta en torno a la literata Ingeborg Bachmann. Se trata de un film más de la serie de biografías de mujeres alemanas dentro de la filmografía de la veterana realizadora berlinesa, a la que corresponden, también, Rosa Luxembourg (1986), Vision-Aus dem Leben der Hildegard von Bingen (2009), sobre la célebre santa, o Hannah Arendt (2012). Ingeborg Bachmann – Journey Into the Desert es un film correcto. Ni más ni menos. Hasta la inmensa Vicky Krieps se puede decir que está, solamente, acertada. Lo cual es casi un pecado. Se ve con gusto, pero sin más.

Más allá de la Sección Oficial, se puede destacar una propuesta de la siempre estimulante sección Panorama: La Bête dans la jungle. El film del asutriaco Patrick Chiha constituye un auténtico ejercicio de hipnotismo marcado por un uso atípico de la luz, el color y el contraste entre el movimiento y el estatismo. Un acercamiento al deseo de aquello que esperamos sin que nadie nos lo haya prometido, y de la tentación de coquetear con la sordidez de una sociedad desquiciada cuando dicho deseo no se cumple. Interesantísima, pero solo apta para cinéfagos.

Por último, se pueden comentar dos de las propuestas Berlinale Special, esa sección que engloba las películas exhibidas durante el festival, aunque fuera de concurso. Por un lado, está la producción alemana Sonne und Beton, de David Wnendt. Una historia de violencia ambientada en los años 90 en torno a una pandilla de adolescentes -inmigrantes en su mayoría- del distrito berlinés de Neukölln. Una película con aroma de resabida, pero que logra hacer que el espectador se interese por los destinos de los protagonistas. De mayor calado es el documental Laggiù qualcuno mi ama, de Mario Martone, sobre la figura del cómico, director y actor italiano Massimo Troisi, que algunos recordarán por su papel protagonista en El cartero y Pablo Neruda (Il postino, Michael Radford, 1994). Un film dotado de un notable pulso, y de un interés indudable para los amantes del cine, aunque quizá menos atrayente para el público general.

Como casi todos los años, el balance que dejan los visionados del Festival de Cine de Berlín es bueno, aunque sorprende en esta edición su particular apertura al cine más comercial, con propuestas como Blackberry o, sobre todo, Manodorome. Ambasta tienen sin duda vocación de masas y la segunda, además, de film de culto. Más allá de estas propuestas concretas, el panorama es esperanzador, y Berlín ha logrado convertirse, un año más -y acaso de un modo mejor- en la capital del buen cine, de la esperanza de un arte, el séptimo, que resiste contra viento y marea los embates del tiempo y las voces agoreras de aquellos que -ayer por el vídeo, hoy por las plataformas y mañana Dios sabe por qué- han anunciado innumerables veces su defunción, equivocándose en otras tantas ocasiones. Nada más lejos de la realidad: el cine sigue gozando de buena salud y -más importante aún- sigue siendo una ventana ineludible al mundo y al alma humana.

Rubén de la Prida

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