Crítica
Público recomendado: +16
Un atentado en una estación ferroviaria de Londres ha dejado varias víctimas mortales y ha sembrado el pánico en la ciudad. Los medios de comunicación difunden la foto de un posible sospechoso. En la imagen no se distingue bien el rostro, pero una chica escribe en las redes que un antiguo compañero suyo de clase, musulmán, se parece al de la foto. Y da el nombre, Harri Bhavsar. El tal Harri (Chaneil Kular), de origen pakistaní, vive al margen de lo que sucede en las redes, preparándose para pasar un fin de semana con su novia Chloe en la mansión campestre de los Bhavsar. Cuando encuentra en su ordenador lo que está ocurriendo en internet, ya es demasiado tarde: su nombre es trending topic y ya se ha decretado la búsqueda, captura y eliminación de ese “terrorista”.
La película pone el foco en dos asuntos de gran actualidad: los prejuicios contra los inmigrantes y el peligro de las redes sociales como instrumento posmoderno de linchamiento público. Actualmente se puede juzgar y condenar públicamente a alguien sin pasar por los tribunales. Sin embargo, en la segunda mitad de la película el director Philip Barantini abandona el tono dramático y entra de lleno en una puesta en escena de thriller, invadiendo incluso el género de terror. En cierto modo este giro le resta fuerza a la denuncia crítica que propone, y que es, sin duda, lo más interesante del film. Lo otro -la persecución, el asedio, el peligro de muerte- está ya muy visto. Es interesante el acento que ponen los guionistas Barnaby Boulton y James Cummings en la soledad e impotencia del personaje, al que todos abandonan como un apestado. Ni siquiera la policía se lo toma demasiado en serio.
La película es entretenida, muy eficaz en su primera parte, más morosa en la segunda. Con un final correcto pero quizá demasiado esquemático. La interpretación de Chaneil Kular es creíble, más que algunas situaciones que plantea el guion. En fin, una cinta interesante, que se deja ver, pero que podría haber sido una de las sorpresas de la temporada si sus responsables no hubieran tenido miedo de no resultar suficientemente comerciales.
Juan Orellana