Crítica
Público recomendado: + 16
En Dakar, dos primos adolescentes, Seydou y Moussa deciden abandonar su casa y su tierra para seguir su sueño de llegar a Europa, tierra de oro, desde donde van a convertirse en figuras de éxito y a solucionar todos los problemas de sus familias. Para ello han estado haciendo mil trabajos a escondidas de sus madres, hasta recaudar el importe necesario para el largo trayecto. En su imaginación, todo es fácil y sin posibilidad de fracaso. Pero la realidad se impone desde el primer momento y, lo que debía ser un camino sin demasiadas complicaciones se convierte en una odisea entre la vida y la muerte, con una sucesión de peligros, penalidades y sufrimientos.
Estamos acostumbrados a ver en la gran pantalla la tragedia de la llegada de los inmigrantes a tierras (o aguas) europeas y la actitud, no siempre humanitaria, de los distintos países implicados. Por dar solo un ejemplo, recordemos la película de Gianfranco Rosi Fuego en el mar (2016), que nos muestra la dramática realidad de un Mediterráneo convertido en sepultura de miles de migrantes y refugiados que pretenden llegar a la isla italiana de Lampedusa.
Sin embargo, Matteo Garrone se centra en la primera etapa del drama de los migrantes, en el continente africano, y muestra la perversidad de muchos individuos y organizaciones mafiosas que se aprovechan de la miseria y la urgente necesidad de tantas personas que constituyen un blanco fácil para sus ambiciones. Para esos tipos la vida humana no tiene ningún valor, salvo si puede reportarles algún beneficio. Torturar, matar (o dejar morir), vender como esclavos… qué importa si ganan dinero con ello.
Es una película realista, casi un documental, de una enorme dureza, pero Garrone tiene el acierto de situar el foco de su cámara en los ojos de Seydou, un chaval limpio y bondadoso, que descubre horrorizado el mal y la mezquindad humana. De tal modo que la aventura de la emigración clandestina se convierte para él en un viaje iniciático de maduración humana. Y también para el espectador, porque estamos ya tan saciados de noticias sobre campos de refugiados, muertos en pateras o cayucos, y saltos de vallas a la desesperada, que ya nos hemos vuelto casi insensibles a esa realidad. Sin embargo, al empatizar con el personaje y ver la tragedia con su misma mirada, nos estremecemos ante el choque de la esperanza en una vida mejor contra la crueldad de las mafias y la indiferencia de quienes eluden echar una mano (espeluznantes las llamadas por radio desde el barco, sin que nadie los ayude). En medio de todo ese horror, Seydou es un chaval bueno que madura y se hace un hombre, convirtiéndose en un capitán dispuesto a salvar todas las vidas a su cargo, sin perder una.
Hay dos momentos oníricos que alivian un poco la gravedad de la situación. El primero, en plena travesía del desierto del Sahara, cuando Seydou se ve obligado por las circunstancias a no actuar como a él le sale del corazón y de la educación que ha recibido de su madre. Es tanto el desgarro interior que sufre, que la razón necesita una evasión para no sucumbir. El segundo, cuando pierde toda todas las fuerzas para seguir resistiendo y el sueño sanador lo lleva junto a su madre. Son dos escenas de una gran belleza plástica y humana. Y es muy emocionante también el momento en que el grupo de migrantes, al borde de la desesperación, miran hacia lo alto y recuperan los ánimos y la confianza invocando a Dios.
Para su extraordinaria película, Garrone cuenta ante todo con un reparto excepcional, especialmente el joven Seydou Sarr, encarnando a su personaje homónimo, que es uno de los grandes descubrimientos del director. Paolo Camera, responsable de fotografía juega con colores vivos que consiguen unas escenas bellísimas, del mismo modo que la música de Andrea Farri, con todas sus variedades, crea un ambiente extraordinario.
Toda la película, con esa combinación de fotografía, música, puesta en escena e interpretación es una maravilla, pero la última escena, que, lógicamente, no podemos desvelar, es un compendio de toda la belleza del film y, sobre todo, de la hondura humana de Seydou. No pueden evitarse las lágrimas, pero de emoción y de fe en el hombre. La bondad y la generosidad existen y un mundo mejor es posible.
Película muy recomendable.
Mariángeles Almacellas