Crítica
Público recomendado: +16
En paralelo con el estreno mundial, en la SEMINCI de Valladolid, de la versión cinematográfica de la vida de Santa Teresa a manos de Paula Ortiz (que llegará a los cines a finales de noviembre), acogen las salas la última película de la cineasta maña, Al otro lado del río y entre los árboles. El film, basado en el relato homónimo de Ernest Hemingway, pasó de puntillas por los festivales de Sun Valley (Idaho) e Ischia (Italia), en los que se proyectó por primera vez en Estados Unidos y Europa, respectivamente. La dimensión misma de dichos festivales deja entrever que se trata de una obra acaso menor en la filmografía de Ortiz, sin que por ello se deba dudar de su valor intrínseco, ni evitar recomendar su visionado.
Ambientada en la Venecia de las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, la película narra la historia del coronel estadounidense Richard Cantwell (Liev Schreiber, sin duda lo mejor de la película), que viaja a la ciudad de los canales so pretexto de la caza de patos y acaba por conocer y enamorarse de la joven condesa Renata Contarini (Matilda de Angelis). Pero el pasado del coronel pesará demasiado, y no le será tarea fácil dejarse amar por su hermosa pretendiente.
Después de la intensidad emocional y la fisicidad tangible de sus dos primeros largometrajes, De tu ventana a la mía (2011) y esa magistral adaptación de Lorca que es La novia (2015), Al otro lado del río y entre los árboles se antoja como un film de transición en la obra de Ortiz; no fallida, pero sí carente de la genialidad que atravesaba las anteriores. Tal vez porque aquí, a diferencia de lo que sucedía en aquellas, prima el punto de vista masculino, articulado por la hipnótica voz de Liev Schreiber (solo por escucharla vale la pena ver el film en versión original en inglés). O bien porque es una obra en general más contenida, a pesar de su pretendido fatalismo amoroso, o quizá por que la historia huele a sabida y mil veces vista.
Así y todo, se debe destacar la valentía de Paula Ortiz en su empleo del formato académico (1:1,33), todo un reto al que pocos cineastas se enfrentan en nuestros días; la aragonesa acierta y gana en el uso de este formato y en su alternancia con el panorámico que, a diferencia de aquel, en que prima el blanco y negro, muestra imágenes a todo color. Entre los debes del film, por otra parte, se encuentran el montaje mejorable y la música, de la que se podría haber prescindido completamente y que hace echar de menos los aciertos en la banda sonora de sus dos largometrajes anteriores.
Así las cosas, se debe entender Al otro lado del río y entre los árboles como film de transición o campo de experimentación formal en el devenir cinematográfico de Ortiz. Y, en cualquier caso, como un aperitivo de Teresa, que esperamos con ansia.
Rubén de la Prida