Crítica
Público recomendado: +14
Estreno en plataformas
Elliot es un cantante y guitarrista que ya ha alcanzado el nivel 2 en el mundo de la música: para él ya no es una afición, ahora malvive de la música. Cuando recibe una oferta muy poco tentadora, a la que no puede decir que no, se embarca en un avión desde Los Ángeles con destino a New York, pero nada más despegar debe volver a aterrizar. Estamos en el 11-S de 2001. Por un azaroso encuentro debe viajar de costa a costa en una descascarillada furgoneta con Joni, una atractiva joven, que adora la música y tiene una bella voz.
El viaje nos llevará por esa América horizontal, rural, carreteras delgadas y rectilíneas, de montañas alargadas al fondo, casas bajas, gasolineras, caravanas, granjas, sembrados, luz, noche, encuentros fortuitos, autostopistas, etc., todos los ingredientes de una road movie sin que pueda faltar la música. Una Ruta 66 en la dirección contraria a lo que fue tras la gran depresión. Una América de encuentro con extraños, donde pedir y dar ayuda es el mejor antídoto contra la soledad… El telón de fondo es el ataque terrorista más grande jamás perpetrado en los USA, hilo conductor sobre el que van ofreciéndose al espectador bocetos de la identidad americana, de su historia, sus símbolos, sus diferentes sensibilidades. Hasta la crítica política es sutil, absolutamente minimalista, acorde con el tono general de la cinta; la subtrama lésbica ha concentrado, por otra parte, la mayor energía dramática de toda la película, lo que la hace un tanto forzada.
La música, protagonista discreta del viaje, irá vertebrando algunos de los momentos más especiales; Elliot y Joni son amantes del folk, esa música que ha recorrido las venas y arterias de la nación, una música sencilla y directa, compuesta de los acordes básicos rasgados en una guitarra acústica desvencijada. A cada viaje encontraremos guiños y referencias a los grandes hombres que, como fieles notarios, anotaron, recogieron y ampliaron el legado folk, no para la siguiente generación, sino para el mundo entero. Nuestros protagonistas Elliot y Joni son en la vida real prolíficos cantantes de música folk, y como reconocimiento al poder de este estilo, sus canciones en la película carecen de ornamento ni requieren ningún tipo de amplificación: son para ellos o para oyentes que están en la inmediata cercanía. De ahí el poder de una música que se enorgullece de su autenticidad, de su fuerza para forjar una identidad, y desconfía de los artificios y de su conversión en un mero bien de consumo. Aún hay quien mantiene viva la llama del folk.