Crítica:

Público recomendado: Todos

Annie tiene un buen arranque. De impacto, musical, social, con ritmos del momento. Luego se desata el misterio: Annie corre y corre y no sabemos a dónde. Se sienta en la puerta de restaurante, al fin, y espera.

Interesante comienzo para una película que apuntaba maneras pero que se queda en agua de borrajas. Es difícil desprenderse de los prejuicios y olvidar la cinta de John Huston del año 82. Es complicado no tener presente aquélla con tantos buenos ingredientes de Broadway al ver ésta.

Un magante de las telecomunicaciones metido en política querrá potenciar su popularidad gracias a la niña afroamericana de 11 años que vive en una casa de acogida de Nueva York pero luego le resultará difícil devolverla porque empieza a quererla y eso puede hacer que se descentre de su principal objetivo: Ser alcalde de Nueva York.

La Annie del siglo XXI tiene dos portentosos actores principales, Quvenzhane Wallis y Jamie Foxx, este último además, conocido cantante antes de empezar su carrera en el cine. Ellos salvan la cinta, porque su principal problema es de guión. El género musical, por definición, necesita de los propios números musicales para que la trama avance. Gracias a ellos se generan subtramas y recrean atmósferas. Pero esta Annie se estanca en el tiempo. Los números musicales parecen unirse entre sí con gags poco ingeniosos y fórmulas manidas. Sólo la maquiavélica Cameron Díaz, una mujer sola, que empieza a hacerse mayor, sin sueños ni amor, parece aportar algo nuevo a una trama que se queda estancada a mitad de metraje y carece del elemento dramático necesario para avanzar de forma verosímil.

Con todo, hay que quedarse con lo mejor de la historia y es que Annie y el magnate Will logran salvarse el uno al otro. Ésta es la verdadera grandeza de una historia que en el escenario, en el 82 y ahora en pleno siglo XXI de las nuevas tecnologías, que Annie encuentra una nueva familia con la que ser feliz.