Crítica
Público recomendado: +7
A pesar de la quema de tebeos de Tintín, Astérix y Lucky Luke en Canadá por considerarlos poco respetuosos con los movimientos indigenistas cuando es todo lo contrario en líneas generales, el universo creado por René Goscinny y Albert Uderzo sigue vivo, pues los “asteriófilos” están de enhorabuena porque la editorial Salvat saca a la palestra una nueva aventura de estos irreductibles galos, titulada Astérix: El reino milenario como producto de promoción comercial (merchandising), apoyándose en el estreno de la película Astérix y Obélix: el Reino Medio como no podía ser de otra manera.
La historia gira en torno a la pareja protagonista de esta producción que en esta ocasión viajan a China para ayudar a Espigademaíz (un homenaje a las palabras que se inventaba Goscinny para algunos personajes de sus historietas) y a la futura emperatriz Fo Yong de las garras del malvado Dang Sing Kuing.
Todos recordamos algunas cintas de animación con cariño, así como algunas brillantes escenas como aquella en Las doce pruebas de Astérix en la que nuestro rubio protagonista pierde la paciencia y se desquicia ante la burocracia de un ayuntamiento romano o en dos simpatiquísimos momentos de El regalo del César en la que Obélix aprende a ser amable (a tortas) y se encuentra tiernamente enamorado de la exuberante Falbalá, dos antihéroes que suelen funcionar muy bien en el cine de animación por su estilo caricaturesco y sus buenos guiones, lo que contrasta con las sagas filmadas con actores de carne y hueso por lo que las interpretaciones resultan histriónicas y no funciona tan bien, ni mucho menos, como lo hacen las cintas de animación de estos queridos personajes creados por dos grandes autores de la escuela franco-belga.
La dirección ha corrido a cargo del actor Guillaume Canet (un actor recordado por haber trabajado en la cinta Feliz Navidad (2005) en la que se contaba el sorprendente milagro ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, cuando los militares de ambos bandos confraternizaron y dejaron de combatir durante el 25 de diciembre de 1914 para celebrar el nacimiento del niño Jesús), que cuenta con un potente elenco de actores franceses, que sacan su lado más gamberro y sus astracanadas, entre anacronismo y anacronismo, que se suceden una tras otra sin solución de continuidad para sacarnos de quicio incluso a los que somos seguidores de toda la vida de sus sobresalientes tebeos. Sin embargo, en esta ocasión, el nivel es algo superior a las anteriores historias rodadas con actores tan humanos como nosotros y algunos gags funcionan mejor, todo acompañado de una potente banda sonora que combina la música tecno francesa, la propia del “Spaghetti Western” y ciertos matices orientales (tan solo interrumpida por el bardo de la aldea que, como todos nuestros lectores saben, desentona).
La película, que no es una adaptación de una de sus historietas, es un canto a la amistad entre el astuto Astérix y el inocente Obélix, que nos recuerda que para alcanzar el cielo hay que tener el alma de este comilón héroe y la nobleza del pequeñajo rubio siempre dispuesto a defender a los débiles, estableciendo lazos de amistad con otras culturas con una actitud de acogida. Por último, es bonito recordar que todas sus victorias son celebradas en torno a una buena mesa con apetitosos manjares, lo que ha dado lugar a que se publiquen libros de recetas que se basan en todos sus álbumes.
Víctor Alvarado