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Asteroid City

Crítica

Público recomendado: +16

Wes Anderson es, posiblemente, el director contemporáneo que mejor ha entendido la naturaleza del medio cinematográfico, y que explora sus límites con mayor complacencia. Cada película de Anderson no deja de ser una reflexión (auto)consciente sobre el arte de construir un relato cinematográfico, además de poseer, por supuesto, un estilo visual tan idiosincrático que resulta de inmediato reconocible; tan atractivo que ha desencadenado una reciente fiebre imitativa en TikTok e Instagram. Pero esta componente visual es -así lo manifiesta él mismo en alguna entrevista- la parte más epidérmica, el envoltorio más vistoso de un cine que, en sus profundidades, está cargado de traumas, soledad y muerte. Hasta Asteroid City, los personajes de Anderson conseguían esquivar esa parte maldita a través de la generación de comunidades que los sacasen de sí mismos, que les orientasen hacia los otros. Así, Max Fischer, el protagonista de Academia Rushmore (1998), consigue reunir a familiares, amigos y enemigos en torno a sus obras de teatro; Mr. Fox, el personaje central del primer film de animación stop-motion del realizador tejano, consigue motivar a todos los personajes exiliados del bosque por su culpa para vencer a los granjeros Boggis, Bunce y Bean y rescatar a su sobrino Kristofferson; análogamente, Arthur Howitzer, Jr. congrega en torno a sí a toda suerte de autores tan neuróticos como él alrededor de La crónica francesa (2021), la revista que da nombre a su anterior película. Todos ellos son de algún modo autores y, de ordinario, consiguen reunir a la comunidad que generan a través de actos de creación o, al menos, de soluciones creativas. Con Asteroid City, sin embargo, y por primera vez en la filmografía de Anderson, el escritor Conrad Earp (Edward Norton), palia su soledad no por medio de la generación de una comunidad real, de personas de carne y hueso, sino por la creación de toda una serie de personajes ficticios -basados, eso sí, en sujetos reales- que resultan ser los protagonistas de la obra de teatro Asteroid City, que comparte título con el film y sostiene la tradición andersoniana de que sus filmes sean leídos como otro tipo de texto: en este caso -como ya sucediera en Academia Rushmore– como una pieza teatral.

Lo que le sucede a Conrad Earp -y aquí viene la parte preocupante del asunto- guarda un claro paralelismo con la propia naturaleza del film al que da título su obra. Asteroid City no deja de ser un fascinante objeto de estudio para todos los que nos dedicamos a analizar la obra de Anderson o el cine en general. Las transgresiones de los límites entre los diversos niveles del relato -eso que los eruditos llaman metalepsis-, su autorreflexividad, el hecho de que se trate de la obra más claramente antinarrativa del tejano, o la vuelta de tuerca en su saturación del espacio fílmico harán las delicias de los académicos y aun -como se ha visto- de algunos críticos que han logrado entender (y penetrar) la propuesta andersoniana. Con este film, más que ningún otro, importa más ese cómo se cuenta -el discurso, que siempre es la parte más importante del cine de Anderson- que el qué se cuenta -es decir, la historia-.

Y, sin embargo, algo falta. En ese cubo de Rubik que es -como todas las películas de Anderson- Asteroid City, hay alguna pieza que no acaba de cuadrar. Quizá incluso algunas, en plural, comenzando por la música que con cuentagotas aporta Alexandre Desplat -bien lejos de las antológicas partituras de Fantástico Sr. Fox (2009), El Gran Hotel Budapest (2014) o incluso La crónica francesa– y acabando por la anestesia general de sentimiento que transmite la cinta. Quienes amamos su cine echamos de menos reírnos a carcajadas como con las aventuras centroeuropeas de M. Gustave (Ralph Fiennes) y Zero Moustafa (Tony Revolori) en El Gran Hotel Budapest, conmovernos con los conflictos familiares como los presentes en Los Tenenbaums (2001) o Viaje a Darjeeling (2007), o sentir nostalgia del primer amor de Sam (Jared Gilman) y Suzy (Kara Hayward) en Moonrise Kingdom (2012). Por desgracia, sin embargo, Asteroid City se antoja tan autorreferencial, tan preocupada por su relato en forma de cinta de Moebius -en la que uno no sabe ya lo que está fuera y lo que está dentro-, tan esmerada en su virtuosismo visual, que se cierra sobre sí misma, como Conrad Earp. El realizador tejano parece olvidarse aquí de su comunidad más numerosa -su público fiel- y aun de su comunidad más necesaria: sus colaboradores habituales, en especial sus actores, a los que impone más que nunca su característica austeridad interpretativa y entre los que se echa de menos al decano de todos ellos, Bill Murray. En consecuencia, Asteroid City se revela como una película de Wes Anderson haciendo de Wes Anderson, como un juego de espejos del director en torno a sí mismo.

Ojalá que el genio de Austin revise aquella obra maestra suya que fue Life Aquatic (2004), para avisarse de los peligros que les acechan tanto a él como a su cine si no abandona el gusto demasiado desmedido por sí mismo. Tal vez, si no consigue cambiar de rumbo, sea necesario -como en el caso del cineasta protagonista de aquel film, Steve Zissou (Bill Murray)- un fracaso estrepitoso para traerlo de vuelta.

Rubén de la Prida

https://youtu.be/8pqgyzBespY

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