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Avatar: El sentido del agua

Caratula de "Avatar: El sentido del agua" (2022) - Pantalla 90

Crítica

Público adecuado: +12

Trece años después de que Avatar se convirtiera en la película más taquillera de la historia y trajera de vuelta el 3D, James Cameron nos ofrece ahora una ambiciosa secuela, punta de lanza de varias películas más sobre el universo de Pandora que ya está preparando.

Diez años después de los sucesos de Avatar, los humanos regresan al planeta Pandora para establecerse ante el avanzado deterioro de la Tierra. Jake Sully vive ahora con su mujer y sus hijos Na’avi, y se verán obligados a huir ante el acoso de un avatar al que se ha incorporado la mente del malvado coronel Quaritch.

No cabe duda de que James Cameron es uno de los directores que mejor saben rodar en el mundo. Su técnica y sentido visual es impecable, y dota a sus películas de un dinamismo y emoción que probablemente solo sean comparables a las dotes de Steven Spielberg. Es por ello una lástima que desde Titanic (hace ya 25 años) solo haya rodado Avatar, una película sin duda espectacular y entretenida, pero narrativamente pobre (resumiendo mucho se podría decir que es un Bailando con lobos en el espacio), y con un obvio mensaje ecologista y filosofía New Age. Por lo tanto, que 13 años después no se le haya ocurrido mejor manera de volver a dirigir que con una serie de secuelas de los dichosos alienígenas azules, no deja de ser algo decepcionante para los aficionados a su cine.

Se puede decir que El sentido del agua va más allá de su predecesora para lo bueno y para lo malo: por un lado, es un espectáculo aún más impresionante, repleta de imágenes para el recuerdo, implacables secuencias de acción y emoción pura. Por otro lado, la historia es aún más simple, repitiendo parte del esquema de la primera película, y con una cierta dispersión en el protagonismo, debido a los nuevos personajes que se incorporan a la familia Sully. Además, la duración de la película (más de 3 horas) es claramente excesiva, y sin duda se nota un bajón de ritmo en un segundo acto algo estático narrativamente, aunque se recupera para un tramo final apasionante.

Los temas insertados vienen a ser los mismos que en la primera Avatar, con esa filosofía New Age de unión con una naturaleza que deviene en deidad. A esto se suma un personaje mesiánico, Kiri, nacida de un misterioso embarazo espontáneo y que parece tener una conexión especial con Eywa, el “espíritu” del planeta Pandora.

El mensaje ecologista se traslada a los mares, con referencias evidentes a la caza de ballenas y demás tropelías denunciadas de forma bastante evidente. Y se incorpora ahora un mensaje familiar bastante edificante, que incluso parece alcanzar al villano de la función. Los cinéfilos se podrán deleitar con homenajes que Cameron realiza a películas que admira, como Star Wars o Tiburón, además de a su propio cine.

Es muy probable que Avatar: el sentido del agua sea una película que no van a poder eludir en la cartelera navideña si deciden acudir al cine. En ese caso, no dejen que su exagerada duración les eche atrás. A pesar de su simpleza narrativa, es un espectáculo de primer nivel como solo unos pocos directores pueden realizar, y que merece la pena verse en la sala más grande que encuentren.

Federico Alba

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