Crítica
Público recomendado: +9
Poco se puede decir de Bajo las estrellas de París, aunque esté protagonizada por Catherine Frot, una muy célebre secundaria francesa. Tras comenzar su andadura cinematográfica de la mano del legendario Alain Resnais, la parisina ha interpretado papeles para directores tan populares como Cédric Klapisch o Coline Serreau. Pero de modo análogo a lo que afirmaba Jack Amberson en El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons, Orson Welles, 1941) cuando decía que “nadie tiene un buen nombre en una mala boca”, es posible sentenciar que ni siquiera una galardonada y estimada actriz de cine y de teatro como Frot puede entregar una interpretación aceptable en manos de un director tan inhábil como Claus Drexel.
El argumento mismo no da para mucho, entre otras cosas por refrito y revenido: un niño inmigrante de negra tez se cuela un día en el refugio ilegal de una indigente. Expulsados los dos de allí, y tras un primer rechazo por parte de ella, acaban por cogerse cariño y emprenden juntos la búsqueda de la madre del chaval. Ya me dirán ustedes, con estos mimbres, cuál es el final de la película, no es preciso hacer spoilers. La historia es tan previsible como la línea de metro en la que uno vuelve del trabajo: al subir en la primera estación, ya se sabe uno todas las paradas. Incluso los agujeros de guion, los momentos preparados para la lágrima fácil, o los deus ex machina de rigor en todo telefilme -no hablamos aquí de otra cosa- se ven venir a lo lejos.
No obstante todo, a pesar de lo flácido del argumento y de la puesta en escena, la película tiene una virtud que reluce con particular intensidad, acaso debido a la endeblez del conjunto. Se trata de los momentos de carácter documental, de los pocos minutos en los que la cámara registra las tiendas de campaña bajo los puentes de París o en sus descampados. Se hacinan en ellas los inmigrantes a los que se ha facilitado la entrada pero no una posibilidad real de inclusión en Europa, así como los descartados, aquellos que, por no haber podido seguir el frenético ritmo de la sociedad líquida, con su competencia reptiliana y sus cambios voraginosos, han sido expulsados del sistema. Dentro de toda la ficción sensiblera que propone Drexel, la realidad de estos breves instantes se percibe como un aldabonazo que invita a la reflexión, y que cuestiona la humanidad de un constructo que vive a espaldas de aquellos a quienes descarta.