Crítica
Público recomendado: +18
Con cierta frecuencia el cine asiático suele poner en evidencia las películas hechas en occidente. Y con occidente me estoy refiriendo fundamentalmente a Hollywood. Aunque utilice sus mismas herramientas y sus mismos géneros, es decir, aún jugando en su terreno, Asía y concretamente Corea del Sur, suele evidenciar con regularidad que puede hacer un muy buen cine para el consumo internacional sin perder su particular pedigrí y además demostrar que Hollywood no tiene por qué tener la última palabra.
Train to Busan (2016) fue uno de esos ejemplos. Cuando el cine de zombis parecía haberlo dicho todo un director surcoreano conocido por sus complicadas y complejas películas de animación para adultos, Yeon Sang-ho se sacó de la manga un film trepidante, terrorífico y emotivo centrado en un tren repleto de muertos vivientes.
El universo de Train to Busan no obstante, no se limita únicamente a esta estupenda película. El film está precedido por una precuela de animación, Seul Station (2016) y una secuela, el film que nos ocupa, Península (2020). En realidad, las tres películas se pueden ver de forma independiente ya que no existe una conexión particular mas allá del hecho de desarrollarse en un mundo en el que brota, se expande y se extiende un apocalipsis zombi.
De este modo, lo único que resulta un poco extraño en Península es que lejos de la aparente naturalidad con la que se producía Train to Busan, esta secuela parece una propuesta algo más forzada. Es decir, el mundo ha sido infectado por una pandemia zombi y al menos en Shanghái, donde se desarrolla la acción, un reducto de la sociedad sobrevive en una isla. Sin embargo, hay un furgón con cientos de millones de dólares abandonado en la ciudad y un grupo de desheredados decidirán ir a buscarlo con la promesa de una recompensa millonaria. Había que buscar una excusa.
Eso sí, hay que reconocerle a Yeon Sang-ho que la excusa que se buscó para meter a sus personajes en territorio zombi haya sido precisamente el dinero. El único elementos material e inmaterial capaz de hacernos actuar como tales. Al final, como no podía ser de otro modo el valor del dinero se evaporará en un universo donde lo importante no será el vil metal, sino la esperanza y la supervivencia.
La otra gran diferencia de Península con respecto a Train to Busan es que mientras le primera se reducía a un espacio cerrado y muy controlado su secuela se sitúa en un entorno mucho más abierto y de posibilidades casi infinitas. Es por esta razón que lo menos interesante del film de Sang-ho sea precisamente que todo el interés que se había estado generando desde el principio de la película se vaya diluyendo poco a poco hasta escenarios demasiado reconocibles para el espectador que no puede dejar de tener esa incómoda sensación de déjà vu.
Eso sí, el tercio final de Península no dejará a nadie indiferente y en todo caso hará las paces con aquellos espectadores que pudieran estar empezando a despistarse. En su última media hora Península se convierte en una febril mezcla entre una película de zombis y Mad Max. Fury Road (2015) que nada tiene que envidiar a ninguno de sus referentes. Con unas escenas de acción absolutamente abrumadoras los acontecimientos se van desarrollando con astutas decisiones de guion (el detalle de encender las luces es tremendo) hasta un final que, si no está a la altura de Train to Busan, debe de estar muy cerca. Un ejemplo más de como Yeon Sang-ho sabe cómo y cuando tocar las teclas adecuadas para que su película no se quede en una mera cinta de zombis sino en una propuesta con alma y una intención más humanista de lo que cabría esperar.