Crítica:
Público recomendado: Jóvenes – adultos
No podríamos encontrar otro momento mejor que el que acontece para hablar de cine filipino, teniendo presente la reciente entrega de premios del prestigioso Festival de Venecia, cuyo galardón principal cayó en manos del director Lav Díaz y su película The Woman Who Left.
Pero la película que hoy ocupan las manos de este redactor es Blanka un producción italiana, japonesa y filipina; del director japonés Kohki Haseiy, también galardonada con el premio Linterna mágica en el Festival de Venecia.
Dentro del cine oriental, la variedad es tan amplia y heterogénea que es difícil de catalogar dentro de un solo ámbito o género: del cine más extremo y crudo de autores como Takashi Miike, Park Chan-wook o Na Hong-jin; a películas más sutiles, delicadas y humanas como las de Kim Ki-duk, Wong Kar-Wai o Zhang Yimou. Sin llegar a la magnitud de estos “monstruos”, la cinta de Haseiy pertenece al segundo grupo: una pequeña y cálida historia sobre una niña pobre de los barrios más marginales de Manila que tiene la pequeña ambición de “comprar” una madre que la quiera y la cuide; en su viaje siempre la acompañará un guitarrista ciego. No se trata de una gran película que perdurará en la memoria colectiva por su increíble realización (a pesar de tener uno acabados muy buenos, y un preciosa fotografía) o por sus buenas interpretaciones, ni si quiera por su aceptable labor de dirección; se trata de una historia con corazón humanista, buenas intenciones, y aura cándida disfrazado de drama social.
No hay pretensión más allá de enviarnos un mensaje sobre la lealtad, la fidelidad y el amor filial, pero todo contado con sentido del tacto muy apacible e incluso amable. Por tanto podríamos decir que se trata de una película gratificante, de valores y perfecta para ver en pareja con otra muy similar, en cuanto a denuncia de la pobreza: Slumdog Millionaire (salvando las distancias claro está). Estructuralmente clásica, pero sin exceso de clichés, Blanka es un obra que nos muestra las dificultades de los países más pobres, siempre desde una mirada esperanzadora y con un peculiar sentido cristiano (implícito en el rosario que la niña lleva en su cuello durante toda la obra). La labor de ambos actores ayuda a su ameno visionado, pues la química entre Cydel Gabutero (Blanka) y Peter Millari (El hombre ciego) reconforta, y agrada resultando ameno e incluso humorístico en ciertos puntos.
En definitiva, una conmovedora película sin grandes ambiciones pero con un corazón empeñado en mostrar el lado más humano de la sociedad, y en ensalzar las virtudes que nos hacen ser lo que se somos: seres con sentimientos.