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Comportarse como adultos

Caratula de "Comportarse como adultos" (2019) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: + 16

Costantin -o Konstantinos- Costa-Gavras (Atenas, 1933) es hijo de un funcionario griego que, a principios de los años 50, tuvo que dejar su país por motivos políticos. Estudió cine en París y trabajó con Yves Allegret, René Clair y Jacques Demy entre otros. Comenzó rodando películas policiacas como “Los raíles del crimen, 1965) y político-históricas como el relato de la Resistencia titulada “Sobre un hombre”. Desde entonces, no ha abandonado los largometrajes de temática política siempre con una orientación de intelectual de izquierdas, aunque con cierto sentido crítico. Así rodó dos obras maestras. Me refiero a “Z” (1969), sobre el asesinato de Gregorios Lambrakis, y a “La confesión”, a partir de la narración autobiográfica del disidente checoslovaco Arthur London. En ambos casos, los guiones los redactó Jorge Semprún.

Tal vez sea por esta trayectoria de thrillers políticos y películas de denuncia de calidad que uno esperaba mucho más de Comportarse como adultos (2019). Se trata de un largometraje sobre la crisis griega que, a partir del libro “Adults in The Room” del exministro de Finanzas de Grecia Yanis Varoufakis, narra el intento de doblegar la resistencia griega a hacer frente a los pagos de su deuda exterior mediante medidas de austeridad que causarían un tremendo sufrimiento a la sociedad griega. No es, pues, un problema de toma de posición lo que aqueja a esta película. ¿Cómo no solidarizarse con un pueblo que sufría una asfixia económica y que debía dedicar buena parte de sus escasos recursos a satisfacer a sus acreedores? El espectador recuerda la crisis de la deuda griega, las visitas de los “hombres de negro” a Atenas y las manifestaciones de un pueblo al borde del colapso.

Sin embargo, en esta película, Costa-Gavras ha perdido la oportunidad de abrir una verdadera reflexión sobre aquella crisis, sobre sus responsables y sobre sus víctimas, para caer en la hagiografía de un ministro enfrentado a todos sus enemigos externos, a sus adversarios internos y, finalmente, traicionado y abandonado por casi todos. Echamos en falta el dramatismo de La caja de música (1989) y nos sobra el sesgo propagandístico de Amén (2002). Este Varoufakis, encarnado en la película por Christos Loulis, es casi un héroe pop que destila ironía, sarcasmo y sonrisas a raudales hasta el punto de parecer más un irresponsable que un estadista. Tal vez esto se deba a que, en realidad, Varoufakis no lo fue, pero no se trata de algo que deba dilucidar el cine.

Sin duda, hay cosas rescatables. La película recrea ese ambiente siniestro y elegante de las cumbres, los encuentros y las sesiones interminables en las que se decide el destino de un pueblo en torno a una mesa de negociación. Aquí hay ecos de otras películas que han retratado la crisis como Inside Job (2010) o Margin Call (2011) con personajes cuyas decisiones hunden economías y salvan a bancos.

Ahora bien, hay algo antropológico que falta en esta película. Se echa de menos una reflexión no sólo sobre la maldad de un sistema financiero sin límites que hace experimentos con la vida de las personas, sino también sobre la raíz última de esa pérdida de valor de la vida humana y del sentido último de ésta. Detrás de la economía, palpita una antropología que aquí nos oculta su rostro. So pretexto de lo malas que son las instituciones internacionales, olvidamos la pregunta de qué está fallando para que nos encontremos en una “cultura de la muerte” y del “descarte”.

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