Crítica
Público recomendado: +16
Nos llega una película del director británico James Marsh, conocido especialmente por Man on Wire (2007), ganadora del Óscar a mejor largometraje documental, y La teoría del todo (2014), nominada a varios premios, incluido el Óscar a mejor película.
Neil Forsyth, responsable del guion, toma el título de la película de una frase muy repetida por Samuel Beckett: «Dance first. Thinking later. It’s the normal order» («Primero bailar, luego pensar. Este es el orden normal»), que vendría a ser la versión inglesa del dicho latino «Primum vivere deinde philosophari». Era su forma de expresar el horror que sentía por la inactividad. El título es, pues, una forma de presentar al personaje, antes de que empiece el desarrollo de la historia en la pantalla.
El Premio Nóbel de Literatura 1969 ha sido concedido al irlandés Samuel Beckett. En el momento de subir al estrado, le susurra a su esposa Suzanne: «Es una catástrofe». Recoge el sobre con el dinero del premio y sin pronunciar palabra sale corriendo. Ante la sorpresa de todos, sube por los travesaños que sustentan los focos del escenario, hasta perderse en un espacio inhóspito, como un paisaje lunar angosto, donde se encuentra consigo mismo, desdoblado en dos personajes, el real que actúa y el yo interno, medio juez, medio conciencia.
Beckett está avergonzado con su galardón, porque es plenamente consciente de sus defectos y del comportamiento egoísta que tanto daño ha hecho a muchas personas que lo amaron. Consulta con su interlocutor –la memoria de sí mismo– en qué puede emplear el dinero del premio, qué culpa pasada puede enmendar con él. Y de este modo onírico y surrealista empiezan a repasar el pasado por capítulos, cada uno dedicado a un personaje de su vida, para traer a la memoria qué indignidades cometió y qué heridas causó.
Empieza por su madre, a la que recuerda como una mujer intransigente, a quien hizo sufrir con sus desprecios. Y así, en su memoria, se van actualizando personajes, anécdotas y momento cruciales de su existencia.
De muy joven, en París, conoció al también escritor irlandés James Joyce y se convirtió en su asistente, principalmente en la labor de investigación para sus obras. Frecuentó, pues, la casa de los Joyce y en numerosas ocasiones llevó a bailar a Lucia, la hija del escritor. La joven se enamoró perdidamente de Samuel, pero él le confesó que el único motivo que tenía para visitar su casa era estar con su padre. Con esa contrariedad, Lucia, que estaba diagnosticada de esquizofrenia, sufrió un agravamiento que la acabaría llevando a ser ingresada en un psiquiátrico. Las relaciones de Béckett con la familia Joyce se rompieron totalmente y un ofendido James se vengó sutilmente de él. Aunque no aparezca en el film, sabemos que ambos escritores se reconciliarían tiempo después.
Otra anécdota que se recuerda es de una madrugada, cuando, muy cargado de alcohol, regresaba solo a su casa. Un proxeneta lo apuñaló sin mediar palabra. Es cierto que el hecho sucedió realmente, pero no fue algo muy trascendente para él, salvo que tuvo que pasar unos días en el hospital para curarse de las heridas recibidas. Si bien por esos días conoció a la pianista y jugadora de tenis Suzanne Dechevaux-Dumesnil, varios años mayor que él, que sería su compañera a lo largo de toda la vida. Poco antes de morir, el escritor reconocería que todo lo que había hecho se lo debía a Suzanne.
Su sólida relación con Suzanne no fue obstáculo para que tuviera otras aventuras con mujeres y principalmente con Barbara Bray, una traductora y editora de la BBC que conoció a finales de los años 50, que se convirtió en su amante «oficial». Eso no impediría que en 1961 contrajera matrimonio civil con Suzanne, principalmente para que, llegado el caso, pudiera heredar todos los derechos sobre su obra. Sin embargo, la muerte de su esposa tuvo lugar unos meses antes que la del escritor, en el año 1989.
En la película, aparecen hechos y meros detalles que realmente forman parte de la historia del escritor, como haberse alistado en la Resistencia francesa tras la ocupación alemana y haber tenido que huir de París con Suzanne para refugiarse en Roussillon, una ciudad al sur de Francia. O como haberse referido a su trabajo en la Resistencia como «acciones de boy scout». Pero ninguno de ellos está planteado de modo que nos lleve a profundizar en la persona de Beckett, que nos permita adentrarnos en su complicada psicología. Todo resulta bastante plano.
El planteamiento de ambos interlocutores, el escritor y su alter ego, para ir recordando y analizando los episodios de la vida de Béckett es original; la película está muy bien ambientada como interiorización onírica, con una hermosa fotografía monocromo, y está muy bien interpretada, con un trabajo magnífico de Gabriel Byrne y del resto del elenco. Pero le falta dinamismo y el relato cinematográfico no da razón de la extraña personalidad de uno de los más grandes escritores del siglo XX. Y lo que es mucho más grave, tampoco hay ninguna referencia explícita a su obra.
Mariángeles Almacellas