Crítica
Público recomendado: +18
Los planos que enmarcan la inglesa Desconocidos (Andrew Haigh, 2023) son del cielo nocturno estrellado. Parece un detalle sin mayor importancia, pero con Haigh (Lean on Pete; The Northwater) no hay puntada sin hilo. Al parecer, aquello de que las estrellas que vemos han muerto y solo vemos el brillo tardío que nos llega tras años luz, no es del todo cierto: si las vemos, es porque están vivas. Sin embargo, se tiene registro de alguna que sigue emitiendo luz estando muerta.
Adam (Andrew Scott), un hombre de mediana edad, vive solo en un piso de lujo de un rascacielos londinense. Pronto nos enteramos de que es guionista. Bloqueado, revisa un poco sus cajas con fotografías y recuerdos de la infancia. Como si del Conejo Blanco se tratase, aparece en su vida un chico algo más joven y vivaz, Harry (Paul Mescal), único vecino del edificio, invitándole a que le deje entrar y a que «no haga nada que no quiera hacer» (se sucederán escenas de sexo entre ambos que creemos que poco aportan a la complejidad de la película). Adam está profundamente solo y es, en este sentido, una suerte de Travis Brickle introspectivo, taciturno e inofensivo; aunque salga de sí y trate de salvar al otro como hace Travis, no se puede sino imaginarlo preguntarse «¿me hablas a mí?» frente al espejo, uno que atravesará como lo hizo Alicia.
Lo que le sucede a Adam es desconcertante y doloroso: cada tanto toma el tren a los suburbios, pues allí vivían sus padres en los ochenta. Y cuando llega a la que fue su casa de la infancia, sus padres (Jamie Bell y Claire Foy) están allí, tal como se veían en aquellos años. E interactúan con él como adulto. Sus padres en realidad murieron en un accidente cuando él tenía 12 años. Así, queda establecida la relación que tiene el protagonista de Haigh con el mundo: un duelo permanente. De qué índole es el duelo, lo veremos.
Recordé dos películas cuando veía Desconocidos (la traducción no hace justicia: el título original es All of us strangers, algo así como «Nosotros, los extraños») y ninguna es de Haigh, aunque su extraordinaria 45 años (2015) también vaya de fantasmas. A ghost story (David Lowery, 2017), que cuenta una pérdida pero desde el personaje fallecido, y la maravillosa Atlantique (Mati Diop, 2019), donde los fantasmas de los maridos de las mujeres del pueblo que se han echado a la mar vuelven por una noche para estar con ellas. El duelo en estas dos películas se convierte en un centro de gravedad potentísimo que atrae sin remedio al ser amado. Es esto lo que le sucede a Adam, aunque a la inversa: es él quien se ve atraído, es él quien se encuentra físicamente donde habitan los fantasmas, como si no pudiese evitar pertenecer a su realidad espectral. Es verdad que la cinta de Haigh no presenta a los aparecidos de manera fantasmagórica, pero no por eso dejan de serlo. De hecho, la vida de Adam es esa: no es que su pasado venga a por él, es que vive en él, es decir, es ese su presente. El duelo como un continuo ineludible, porque en realidad no quiere o puede abandonarlo. ¿Y qué pasa con Harry, que podría haber sido quien, queriéndole, lo sacase de ese trance de ánima que lo hiere? Haigh esgrime su poder siendo consecuente con la premisa. Y es cuando cobra sentido aquella imagen de las estrellas que, aun muertas, siguen brillando.
Desconocidos es un drama hermosamente estructurado y fotografiado, que hace imagen lo que le escribía Chesterton a su mujer Frances cuando murió su hermana: «Lo que ahora vemos es su ausencia y, sin embargo, su muerte no significa su ausencia, sino su presencia en algún otro lugar».
Narcisa García