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Secretos de un escándalo

Crítica

Público recomendado: +18

Se puede considerar a Todd Haynes el heredero contemporáneo (al menos uno de ellos, quizás el más aventajado) del gran Douglas Sirk, aquel director del Hollywood clásico que llevó el género melodramático a inusitadas cotas de esplendor. Como ya hubiera hecho en sus anteriores películas, el discípulo homenajea al maestro en Secretos de un escándalo. Quizás incluso en varios momentos; este crítico vio al menos uno: aquel en el que Joe (Charles Melton), observado por su amada Grace (una Juliane Moore correcta pero no del todo brillante) amenaza con precipitarse tejado abajo. No sucede, entre otras cosas, porque no tendría aquí sentido narrativo, a diferencia del momento climático en el que Rock Hudson se despeña hacia el final de la película de Sirk a la que alude el instante, Solo el Cielo lo sabe (All That Heaven Allows, 1955). El guiño está bien traído, pues el film de Haynes entronca con el de Sirk en un aspecto fundamental de su argumento: el escándalo de una mujer que se enamora de un varón mucho más joven que ella. Como, a priori, eso ya no rasga las vestiduras de nadie en nuestro mundo ilustrado y posmoderno, Haynes le añade al planteamiento una perversa vuelta de tuerca, asomándose al crimen de la pederastia. Antes de seguir, dos apuntes. Uno: también Almodóvar citó la mencionada película de Sirk, ciervo despistado de por medio, en su prescindible Julieta (2016); y dos: el modo en el que Haynes concluye su film se antoja, por su parte, un guiño a la conclusión de la última gran película del realizador manchego, Dolor y gloria.

Secretos de un escándalo no es la mejor película de Todd Haynes. No supera, por supuesto, a la excelsa Carol ni el tándem de actrices del film que nos ocupa (en el que solo se luce Natalie Portman) posee una química como la que allí tenían Cate Blanchett y Rooney Mara. Se trata (siguiendo la comparación con aquel) de un melodrama más irregular, por tramos más monótono, aunque despunten en él momentos de grandeza, como el ya aludido final, con todo su simbolismo bíblico. O la secuencia en la que la Natalie Portman, frente a la lente de la cámara colocada en el lugar de un espejo, encarna los gestos, la mirada y el modo de hablar de Julianne Moore, y se apropia, a un mismo tiempo, de ella y de su personaje. Sin duda una de las mejores muestras de maestría interpretativa de toda la carrera de Portman.

A pesar de su metraje algo desigual, sin embargo, Secretos de un escándalo plantea, al menos, dos hipótesis interesantes, que la hacen justa merecedora de su nominación al Oscar al mejor guion y, quizá, de un visionado. Una es el doble rasero social en torno a los delitos o las transgresiones sexuales, diferente para los hombres que para las mujeres y quizá reminiscente de los rescoldos de un machismo mal digerido, como se desprende del discurso entero del abogado que defendió a Grace —una mujer casada y con hijos al borde de la cuarentena— cuando se hizo público su affaire con un chaval de trece años. El propio halo de ingenuidad y labilidad con el que él describe a su cliente subraya la primera e incoa la segunda hipótesis, que solo se expone, de manera paulatina, conforme avanza el metraje. A saber: que un abusador es, en última instancia, un manipulador existencial, y que parte de su manipulación puede consistir en una continua simulación victimista con la que vampirizar a aquellos que, por estúpido buenismo o distorsión ideológica, traten de protegerlo. Especialmente si, como aquí —y este parece el verdadero escándalo del film—, el abusador es una abusadora.

Rubén de la Prida

https://youtu.be/qPehIc6J3ZQ?si=zzxjt6ncyWz-XsUW

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