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Dheepan

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Audiard ha ganado una merecida Palma de Oro en Cannes 2015 con un drama social que no nos ahorra violencia, ni el retrato del desprecio y la desconfianza que sienten los que están obligados a salir de su país por diversos motivos, uno de ellos también la violencia en diferentes formas. Una sobrecogedora mirada sobre la posición del otro, del diferente, a nuestro lado.

La sangrienta guerra civil está a punto de terminar en Sri Lanka y la derrota está cerca. Dheepan decide huir y partir con una mujer y una niña a las que no conoce, inventando una familia, con la esperanza de obtener más fácilmente asilo político en Europa. Al llegar a París, con pasaporte falso,  la “familia” va de hogar de acogida en hogar de acogida, hasta que Dheepan consigue trabajo, tras ser un vendedor callejero,  como conserje en un edificio de los suburbios. Alimenta  la esperanza de construir una nueva vida y un verdadero hogar para su esposa y su hija falsas. ¿A cuántas vidas tenemos derecho? ¿Es posible acaso empezar de nuevo?, son los interrogantes que plantea Audiard.

El soldado Dheepan tendrá que utilizar sus instintos guerreros para poder proteger a la que hubiese querido que fuera su familia “real”. La violencia cotidiana de la ciudad despierta las heridas aún abiertas de la guerra. Yendo de un lado a otro observando y sin comunicarse verbalmente, en su desconocimiento casi total de la lengua francesa, los dos adultos se adaptarán progresivamente, aprendiendo también a conocerse mejor hasta empezar a amarse, mientras que la pequeña Illayal avanza a mayor velocidad gracias a la escuela. Pero Dheepan verá cómo finalmente las actividades del tráfico de drogas que lo rodean lo obligarán a salir de su reserva y sus sueños de la jungla tomar una dimensión urbana brutal.

La película tiene una imagen poderosa. Presenta las experiencias de los inmigrantes y la integración, pero de la misma manera la película no deja de ser polémica sin ser didáctica, a lo que se une su mensaje sobre el espíritu humano y conmueve cómo las conexiones de amor pueden florecer en las formas más sorprendentes.  Narra la historia de un hombre entre dos guerras. Todo sea por huir del horror. Atrás, un pasado de guerra brutal, como todas; adelante, la posibilidad de un futuro nuevo. Y comenta el director francés: “Es un tema clásico del cine y por eso precisamente me interesa. No es tanto el asunto de la redención típico del western sino la extrañeza de verse reparando ascensores, algo tan anodino, en un país nuevo después de haber pasado por un auténtico infierno. ¿Dónde deja uno la violencia aprendida? ¿Se puede ser otro?”.

La idea de Audiard en Dheepan es comparar y enfrentar universos en el más amplio sentido: y lo hace a su manera.  La cámara se pega a los protagonistas siempre pendientes de su drama, de su tragedia por dentro. Pero sin descuidar en ningún caso la escritura. Así, lo que empieza como quizá un drama social acaba transformado en un violento thriller. “En un momento, el protagonista traza una raya en el suelo. Es a partir de ahí donde empieza el género”, dice. La película es dura y verosímil porque los actores no son profesionales, pero transmiten una intensidad acompañada de un ritmo pausado, que impregna todo de lucidez sin dejar de llenarnos de perplejidad al ver lo que vemos.

Cuenta el director que la película nació de la necesidad de separarse y hasta contradecir su película anterior. En De óxido y hueso,  “todo estaba demasiado escrito, todo era predecible para mí desde el primer momento. Los intérpretes, demasiado grandes”. Ahora es justo lo contrario. “La historia y progresión de cada uno de los personajes corre en paralelo con el espectador. Quería que el trabajo en plató tuviera más importancia. Como había pocos elementos dramáticos, había que crear una dinámica distinta con la estructura; una película que cambiara con los personajes. Y que el espectador avanzara a la misma velocidad de ellos. Los dos descubren a la vez cada paso que dan”, describe. Audiard nunca deja descansar al espectador  en lo previsible. El objetivo se mueve nervioso entre los cuerpos buscando su vibración interna. Y consigue colocar al patio de butacas en el centro de la narración.

El director no piensa que sea oportunista, “buscaba un país que no estuviera en la órbita francesa para que el choque cultural fuera completo. Y así di con este país. Las únicas imágenes que encontré fueron inglesas. Me llamó la atención que no supiera nada de una guerra tan horrible. El dolor de los demás es completamente invisible”, afirma. Una herida sangrante y abierta que interpela, una película grandiosa.

 

 

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