Crítica
Público recomendado: +16
En Bruselas, Eva, una joven de 26 años, trabaja en un estudio fotográfico con un hombre que la corteja muy discretamente. Sin embargo, ella no solo lo rechaza, sino que queda patente que no sabe relacionarse con nadie excepto con su hermana Tess, a la que adora. Cuando ésta le dice que va a dejar el apartamento que comparten para irse a vivir a una nueva casa con su novio, Eva se hunde totalmente, a pesar de que Tess le insiste para que se vaya con ellos.
A partir de ese hecho detonante, se reavivan recuerdos amargos de hechos y situaciones de la infancia que han lastrado la existencia de Eva. La trama avanza en dos líneas narrativas que van alternándose sin solución de continuidad: la vida de Eva a los trece años y en la época actual, cuando regresa al pueblo para reencontrarse con su pasado.
Está bien buscado el recurso de mostrar el hecho-causa en la infancia, inmediatamente seguido por la situación-efecto en la edad adulta, pero, aunque las continuas idas y venidas en el tiempo no son difíciles de seguir y los innumerables flashbacks no desorientan al espectador, acaban resultando demasiado reiterativos y llegan a cansar.
En el centro de toda la historia, un acertijo que es clave para las dos etapas de la historia. Nadie es capaz de resolverlo y solo Eva y el espectador conocen la solución. Si a eso se le añade el título de la película y el trajín de la protagonista con un arcón congelador, el desenlace ofrece pocas dudas. Por lo menos, nadie puede hacer spoiler, porque no hay nada que desvelar, el final es fácilmente previsible.
El personaje de Eva es conmovedor por lo que tiene de verosímil. Sabemos de su infancia por una sola frase que pronuncia con tristeza: «Mamá me ha dicho que hubiera querido no tenerme». Eva nació y creció sin ser deseada ni amada por una madre alcohólica, y con un padre hastiado del ambiente familiar creado por su esposa y distante de las hijas. En una escena sobrecogedora, vemos a Eva en uno de los pocos momentos felices, acostada en la cama de su hermana leyéndole un cuento. Bruscamente es expulsada por su madre, que ocupa su lugar junto a Tess. Entristecida va a refugiarse en su padre, llama a su habitación, pero la puerta no se abre, solo una voz lejana e indiferente le da las buenas noches. Y Eva, sumida en su angustia, se queda radicalmente sola ante una puerta cerrada para ella.
Sus dos inseparables amigos de juegos y aventuras, Tim y Laurens, y la madre de este, Marie, son su único refugio afectivo. Hasta que las cosas se complican con el despertar de la sexualidad en la adolescencia, y quienes constituían los puntales que la sostenían se convierten en tres decepciones y tres dolores. El ser humano aprende a amar sintiéndose amado en la infancia. Eva creció sin amor y su vida es y será siempre soledad.
Aunque sea un poco de refilón, el film plantea también un tema muy interesante, como las vilezas en que puede llegar a participar un adolescente, aun en contra de sus deseos y de su sentido ético, con tal de ser aceptado en el grupo y no convertirse en un marginado, como le sucede a Eva con Tim y Laurens y sus juegos repugnantes.
Como curiosidad, hay que decir que en las correrías en bici de los tres adolescentes, suena de fondo el «Aserejé», la famosa canción del grupo femenino español «Las Ketchup».
Veerle Baetens debuta en la dirección de largometraje y lo hace con buen pulso, porque la película está bien realizada, con un buen guion, de la misma directora Veerle Baetens en colaboración con Maarten Loix. Está basado en la novela de la escritora belga Lize Spit, aunque, en palabras de Baetens, se toma algunas licencias para convertirla en una obra cinematográfica.
Todo el reparto hace un buen trabajo, pero no pueden dejar de destacarse Rosa Marchant y Charlotte De Bruyne, como Eva adolescente y adulta respectivamente. Es impresionante cómo llegan a mimetizarse en los gestos de la boca. También hay que nombrar a Femke Heijens, Marie, madre de Laurens, con una interpretación magnífica en la escena en que se encuentra dividida entre el cariño hacia Eva y el amor a su hijo. Sin necesidad de palabras, su rostro refleja sucesivamente la sorpresa, el horror, la lucha interior y, finalmente, la decisión. Trece años después, esas vivencias asoman de nuevo a su mirada, sin que tampoco le haga falta hablar para expresar su pensamiento.
A pesar de un final que no sorprende, la narración mantiene el interés y la tensión, y la película deja ese regusto áspero de haberse encontrado cara a cara con la realidad de algunas vidas marcadas por el desamor, la soledad y el sinsentido.
Es una película tremendamente triste, de una soledad sin fisuras, que no deja ni un pequeño resquicio para el amor, el perdón y la redención. No hay calor humano, solo hielo y desolación.
Mariángeles Almacellas
https://www.youtube.com/watch?v=HqVkxpAHydE