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El hombre del norte

Caratula de "El hombre del norte" (2022) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: + 18

Con un volcán en erupción empieza y termina The northman (Robert Eggers, 2021). Desde que lo vemos hacer erupción acompañado de un llamado oracular —«escucha, Odin»— hasta que la lava ha alcanzado su propia base y amenaza con extenderse, el ritmo trepidante y acechante de esta película de vikingos tiene tal fuerza que no afloja en ningún momento. Dos horas de épica violenta en las que el espectador se siente inmerso, embriagado por el despliegue onírico, frenético y sangriento en pantalla.

Es sencillo resumirla: en el 895 d.C. el pequeño Amleth (de mayor, Alexander Skarsgard) es testigo del brutal asesinato de su padre, el rey Aurvandil (Ethan Hawke) a manos de su hermano Fjölnir (Claes Bang), quien se queda entonces con el reino y la reina Gudrún, madre de Amleth (Nicole Kidman). El niño huye como Simba para salvar su vida y jura venganza. Acompañado de seres oraculares y videntes como Heimir el bufón (Wilhem Dafoe) y Seeress (Björk), Amleth abandona su vida de manada arrasadora de aldeas para responder al llamado de venganza de su padre. En el camino, se da cuenta de que no es tan sencillo, y menos al conocer a Olga (Anya Taylor-Joy). Sin embargo, seguirá adelante en su triple promesa: vengar al padre, salvar a la madre, matar a Fjölnir. Esta promesa, como el propio Amleth, cambiará.

Eggers (La bruja; El faro) ha dirigido una de vikingos shakesperiana, incansable, testosterónica, rabiosa, mitológica. Ciertamente es embriagadora: sus transiciones, planos largos con más movimiento del acostumbrado para el director, gritos y gruñidos de los personajes, cánticos nórdicos y sonido de tambores y espadas que chocan, alaridos y bramidos, fuego y lava, piedra y sangre, profecías y brujas, guerreros y lodo y sudor, tragedia y traición. Todo salvaje, todo pagano. La belleza delicada se circunscribe a los sueños de Amleth con su madre u Olga; la belleza bruta en el paisaje y en los cuerpos guerreros en combate. Estamos, pues, ante un despliegue de ferocidad y ensoñación que embelesa en su audiovisualidad y, además, una historia sólida de venganza y familia. Y sin embargo, parece plana, chata, fría. No conmueve, no emociona y no parece ir a nada. «Mi película no ofrece ningún mensaje», declara Eggers. Se equivoca: ese es el mensaje. Y se nota.

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