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El juicio de los 7 de Chicago

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +13

El famoso guionista Aaron Sorkin (Nueva York, 196) ha cultivado con éxito tanto las series televisivas como los largometrajes. Ha dejado una huella muy profunda en ambos géneros con las siete temporadas de El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006) o Algunos hombres buenos (1992). En todas ellas, hay cierto sesgo ideológico progresista que caracteriza a sus personajes con alguna honrosa excepción como el famoso personaje Will McAvoy, el protagonista de The Newsroom (2012-2014) encarnado por Jeff Daniels.

En El juicio de los 7 de Chicago, Sorkin toma como director y guionista uno de los episodios más famosos de la guerra cultural que viene atravesando Occidente desde los años 60. Con el trasfondo del movimiento de los derechos civiles, la oposición a la guerra de Vietnam y el asesinato de grandes líderes como Martin Luther King y Bobby Kennedy, esta cinta nos cuenta el proceso penal contra ocho manifestantes -uno de ellos absuelto ya antes de que terminase el juicio- acusados de difundir ideas subversivas y de incitar a una multitud contra la policía durante las protestas con ocasión de la convención del Partido Demócrata en Chicago en 1968.

El reparto cuenta con actores estelares como Sacha Baron Cohen, que demuestra el amplísimo registro que domina como actor, y Eddie Redmayne, en un papel brillante como abogado de todos los acusados salvo uno. Tal vez esto sea lo más destacable de la película: la construcción de los personajes y la dirección de actores como Cohen. Hay escenas memorables como las réplicas al juez Julius Hoffman (Frank Langella), que simboliza a la América blanca, racista y ultraconservadora.

¡Ay! He aquí el gran reproche que se le puede hacer a esta película: cae en la caricatura. Los acusados son tan nobles, generosos, abnegados, pacíficos e inocentes y el juez, el jurado y las instituciones (los policías, por ejemplo) son tan racistas, tan radicales y tan violentos que termina pareciendo poco creíble. Si uno lee las crónicas de Norman Mailer sobre el episodio -y no digamos si uno ve las cosas con perspectiva de rigor histórico- los acontecimientos fueron bastante más complejos. Aaron Sorkin sabe hacer guiones más matizados y profundos. Es una pena que haya despachado una buena historia como lo hubiese hecho Michael Moore.

Ahora bien, este largometraje llega en plenas elecciones estadounidenses. Al juez le falta parecerse físicamente a Donald Trump. Los acusados no pueden llevar camisetas de los movimientos identitarios que sacuden las calles de los Estados Unidos desde hace meses, pero tampoco es necesario: la lectura del pasado con los ojos del presente es evidente. Estamos a un paso de la propaganda de calidad: muy bien hecha, pero con una intención clara de influencia.

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