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El maestro que prometió el mar

Crítica

Público recomendado: +16

Se dice que existe un momento en la vida de una persona que se conoce como el ocaso. Una etapa en la que todo comienza a decaer, la salud disminuye, el vigor se debilita y la persona envejece. En ese instante, el ser humano contempla con tristeza o satisfacción, dependiendo de cómo haya vivido sus días, la llegada de una muerte cercana.

Es en ese momento en el que se encuentra Carlos, uno de los protagonistas de esta película y es a través de su nieta como los espectadores llegan a conocer su historia. El origen de este largometraje (basado en hechos reales) se remonta al año 1935 en un pueblecito burgalés llamado Bañuelos de Bureba. Cuando Carlos aún era un niño, su padre fue detenido y encarcelado. Y fue el maestro del pueblo, Antoni Benaiges, quien se encargó de su educación y manutención. Benaiges, procedente de Tarragona, viajó a Bañuelos justo después de que el sacerdote, el padre Primitivo, fuese apartado por el gobierno de la II República.

El joven profesor empleó una metodología muy diferente a la de su antecesor, basándose en la libertad de expresión, la unión entre alumno y maestro y por supuesto, mostrando unas ideas muy revolucionarias para la época tan convulsa que se vivía en la España de aquellos tiempos. No obstante, gracias al maestro, los alumnos comenzaron a disfrutar yendo a la escuela y aprendiendo con sus innovadoras técnicas, como el uso de la imprenta en clase para elaborar cuadernillos. Al término del curso, Antoni les prometió a todos los niños que los llevaría a ver el mar.

No se puede negar que la película aporta una visión anticlerical, con mucha carga ideológica y por supuesto guerracivilista. En ella se muestra al bando republicano como el bueno de la historia y al nacional, como los malvados del cuento (solo hay que ver al personaje del padre Primitivo, que es representado como el mismísimo demonio).

Desde luego que la película no deja indiferente a nadie y tiene una gran carga emotiva con la que quiere enseñar al público que lo más importante es hacer las cosas con amor y sentir empatía por aquellos que lo han perdido todo. Pero lo que no podemos olvidar es que la Guerra Civil solo trajo dolor, tristeza y muerte. Una guerra en la que hermanos, padres e hijos e incluso familias enteras quedaron destruidas bajo los escombros del odio y de la lucha.

En una guerra no hay vencedores ni vencidos, todos son perdedores, puesto que todos sufren las consecuencias del mal generado por uno y otro bando. Y sí, Antoni Benaiges pudo ser un buen hombre, por supuesto. Pero no todos los republicanos lo fueron, al igual que no solo por ser del bando nacional, uno se merecía la etiqueta de buena persona. Ojalá en un futuro no muy lejano los españoles seamos capaces de echar la vista atrás abandonando el rencor y el odio con el único objetivo de aprender y de no volver a cometer los mismos errores que nos fragmentaron como sociedad.

Ángela Taltavull

https://www.youtube.com/watch?v=UkWExYIkrY8

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