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El rapto

Crítica

Público recomendado: +13

El rapto, del director italiano Marco Bellocchio, está basada en un hecho real y controvertido de la historia de Italia: el caso Mortara. Este suceso ocurrió en Bolonia en 1858, cuando aún existían los Estados Pontificios en los que reinaba el Papa Pío IX.

Momolo (Fausto Russo Alesi) y Marianna Mortara (Barbara Ronchi) son un matrimonio judío de Bolonia que crían a sus 8 hijos en su fe. No obstante, la familia no sabe que uno de ellos, Edgardo (Enea Sala), fue bautizado en secreto por una criada cuando era bebé y la ley papal establece que debe recibir una educación católica. Por este motivo, el sacerdote inquisidor dominico Pier Gaetano Feletti, se lleva al pequeño de su casa y le envía a Roma.

Los padres de Edgardo tratarán por todos los medios de recuperar a su hijo, apoyados por la opinión pública y por la comunidad judía internacional, de manera que la lucha de los Mortara adquiere una dimensión política. En un momento histórico en el que el que se deseaba acabar con la soberanía de los Estados Pontificios para favorecer la reunificación de Italia, la Iglesia y el Papa se negaron a devolver al niño para garantizar su educación, algo que acabó socavando la autoridad política papal. Dicha autoridad era ya en esa época titubeante y perduró hasta 1870, año en el que finalizó la multisecular soberanía política de los papas sobre Roma y los demás Estados Pontificios.

Marco Bellocchio ha realizado obras fascinantes y coherentes a lo largo de su carrera, que comenzó en los años 60 con películas como Las manos en los bolsillos (1965) y Amor y Rabia (1969), codirigida junto a Bernardo Bertolucci y Jean Luc Godard. Este prolífico regista italiano, de 83 años, sigue en activo, aportando películas basadas en la historia de su país. Recientemente, en 2022, fue creador de la miniserie televisiva Exterior Noche, sobre Aldo Moro, ex primer ministro italiano secuestrado por terroristas de las Brigadas Rojas.

Aunque Bellocchio es un maestro de la exposición histórica en pantalla, con un estilo identificable y emocionante, en este caso transita por el argumento introduciendo florituras un tanto desvariadas que carecen del peso para lograr representar verdaderamente los dramas personales, espirituales y las implicaciones políticas que emanan del argumento.

Al mismo tiempo, simplifica en exceso los efectos de este secuestro y todo el contexto que le rodea, sustituyéndolo por una visión ideológica (marxista y anticlerical) del caso. Se centra en retratar el escándalo que supone separar a un niño de su familia y el “fanatismo” de la Iglesia por proteger a uno de sus bautizados. En este sentido, la cinta, que dura 2 horas y 14 minutos, en ocasiones resulta repetitiva, por ejemplo, mostrando a Pío IX subrayando su adhesión férrea a la moral y las normas o a representantes de la Iglesia demostrando un antisemitismo exacerbado.

Por otro lado, el empeño de los Mortara por recuperar a su hijo queda reflejado como una obsesión y una coacción provocada por los intereses políticos y de la comunidad judía y no por el verdadero deseo de no privar a su hijo del amor de su familia.

En definitiva, el resultado, más que conmovedor y entretenido se percibe como grotesco y aburrido, recordando incluso a las tv movies de sobremesa.

Por supuesto, es injustificable que la Iglesia secuestrara a un niño, pero, como ocurre con otros tantos sucesos de la historia, es necesario imbuirse en esa época. Culturalmente, hoy, para muchas personas, el Bautismo no es más que un rito, una fiesta con amigos y parientes. En los Estados Pontificios, no obstante, el Bautismo no solo era inequívocamente un sacramento, algo que genera una relación indestructible con Jesús, un hecho central de la vida de toda persona, sino que la ley vigente defendía el derecho a conocer a Cristo. De este modo, el Pontífice, como autoridad eclesial y política, sintió la obligación moral y legal de hacerla cumplir.

Igualmente, cabe destacar que hay constancia de que Edgardo mantuvo relación con su familia, que decidió no volver con ellos cuando pudo hacerlo y que fue un sacerdote feliz. En sus memorias, escritas por él mismo, no niega que la salida de su casa fuera traumática, pero también se manifestó plenamente agradecido a Pío IX por haberle facilitado el bien más preciado: la amistad con Jesucristo.

En torno a El rapto se ha comentado que Steven Spielberg estuvo a punto de adaptar el caso Mortara a la gran pantalla. En esta ocasión, presumiblemente, el cineasta norteamericano estaría interesado en ofrecer una película sobre la relación entre los hijos y los padres ausentes, unido a la identidad judía. Nos quedaremos sin saber cuánto más atractiva y conmovedora habría sido esta perspectiva en comparación con la de Bellochio.

Larissa I. López

https://youtu.be/fJ8w1YbSuL4?si=LFMPgFba13LLL_30

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