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Perfect Days

Crítica

Público recomendado: +13

Diría que a Wim Wenders se le considera en estilo el más norteamericano de su generación —Werner Herzog, Volker Schlöndorff, R.W. Fassbinder— la llamada Nuevo cine alemán, influida por Mayo del 68 y que tuvo su auge en los setenta. Parecería que se trata de un director cuya creación dependiese de perderse por ahí, de cuestionarse a sí mismo de vez en cuando. Tanto Buena Vista Social Club (1999) como El amigo americano (1977) o Paris, Texas (1984) podrían verse como viajes del mismo Wenders, quien se encontró muy temprano en su carrera ante una pregunta determinante a la que se refirió el historiador Mark Cousins y con la que Alicia en su viaje al país de las maravillas se topa inevitablemente: (si la generación de tus padres apoyó al nacional socialismo) ¿quién eres tú?

«La próxima será la próxima. Ahora es ahora». Con esta declaración de principios en boca del protagonista nos recibe el veterano director alemán en su más reciente película de ficción, Perfect days (Wenders, 2023), una feel-good movie que se disfruta y encanta como fruta madura. Aunque viene con un gusanillo.

Hirayama (Yakusho Kôji, Palma de oro en Cannes) vive solo, habla poco, y trabaja limpiando baños públicos en el Tokio de hoy. Es puro Wenders: un personaje al que acompañamos en todo momento, desde lavarse los dientes hasta soñar, día tras día, repetición tras repetición. A mí me fascinan este tipo de historias. Estaba embelesada desde el comienzo viendo a este señor regar sus plantas, recortarse el bigote y leer a Faulkner. ¿Un limpiador de baños públicos que lee a Faulkner y a Highsmith, que tiene una colección de casetes con lo mejor de Lou Reed (y de allí viene el título de la cinta), Patti Smith y Nina Simone? Así es: el referente más inmediato es la encantadora Paterson (Jim Jarmusch, 2016) y su chófer de autobús/poeta.

Estamos ante la vida simple de un hombre pobre, culto y de sensibilidad especial; lo diferencia de Paterson no tener mujer. Tiene, aparte de un compañero de trabajo perezoso y mediocre, una sobrina adolescente (Arisa Nakano). Y esta aparece de repente en la puerta de su casa. Ha escapado de la propia. Esto es determinante —descuide, no tiene sentido hablar de destripe, es una película indestripable— porque cuando su madre, la hermana de Hirayama, vaya a por ella entenderemos que la cultura que este disfruta le viene de familia. El estilo de vida casi monástico del limpiador de váteres es, en realidad, voluntario: decidió abandonar su clase alta (y a su familia con ella) deliberadamente para llevar una vida simple de contemplación de la luz a través de las hojas de los árboles, el trabajo manual bien hecho, la comida sencilla del cómodo bar de siempre, ver un partido de béisbol en televisión… como la vida despreocupada (y analógica) de un hombre soltero y casto de los años ochenta. Y claro, aquí chirría algo.

Dejemos en claro lo siguiente: que es una película estupenda, que fijarse en las pequeñas y humildes bellezas de la vida es maravilloso y vivificante, que el trabajo bien hecho, por simple que este sea, es fuente de satisfacción y agradecimiento, que sentarse al sol a comer rodeado de árboles, andar en bici, escuchar buena música y leer gran literatura son actividades que nos llenan el alma y no tienen precio, y que la vida analógica nos hacía partícipes de algo y no espectadores de todo, y tenía su encanto. Fenomenal. Ahora el gusano: Wenders parece estarnos invitando con esta cinta a seguir el ejemplo, o por lo menos, a que notemos que esa es una vida que puede ser ejemplar. En principio no hay nada de malo en ello. Pero al rascar un poco, empezamos a preguntarnos por qué hizo que el personaje tuviese un pasado si no rico, acomodado como para no temer por el futuro, cosa que no sucede en Paterson. En Perfect days parece haber condescendencia y, por lo tanto, soberbia. No se pilla tan claramente hasta que se reúnen las piezas: el pasado del protagonista, el hecho de que los baños que limpia Hirayama quizás sean los baños públicos más limpios que haya visto en mi vida —no quiero decir que debió enseñarnos la mierda en el váter, eso habría sido impropio de Wenders. Quiero decir que ni siquiera se sugiere con un gesto o una línea la escatología propia del trabajo, solo algo dice al respecto su compañero de limpieza— y el echarse a leer a Faulkner para relajarse al final de la jornada, como si Wenders idealizara el trabajo manual, la rutina convertida en ritual desacralizado y el descanso que le corresponde.

Hirayama juega al desprendimiento de lo material y al pobrismo con una red de seguridad como la de los acróbatas. Mateo, el evangelista, abandonó su vida de comodidades y riquezas, pero no para hacer fotos de la luz entre los árboles. En Perfect days no hay trascendencia, sino esa frase del inicio de esta crítica, una suerte de carpe diem con responsabilidades. Se habla de Perfect days como una película sobre las cosas sencillas y hermosas que dan paz, pero en ningún momento se plantea un más allá. Y aunque los personajes de Wenders miren al cielo (creo que es por su tendencia a hacer de sus historias road movies en las que se ve el horizonte) su mirada no es ascendente en términos metafísicos. Aun así, se entiende que la vida contemplativa es deseable por su belleza y porque reconforta, pues la agitación actual es muy reciente.

Filmada por encima del hombro de Hirayama, como si fuese uno de los documentales del director, Perfect days tiene toda la música que podemos inferir le encanta a este y cuenta, como dijo el crítico, con un regusto testamentario como el de los otros veteranos que han estrenado últimamente: Kaurismaki, Moretti, Loach. Una suerte de visión del futuro que les gustaría y una nueva aproximación a una respuesta a la pregunta sobre la identidad.

Narcisa García

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