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El sol del futuro

Crítica

Público recomendado: +16

Empecemos por el cartel: la italiana El sol del futuro (Nanni Moretti, 2023) se presenta al público con una ilustración del director/actor en patinete eléctrico, similar al de su anterior Caro diario (1993), cartel en el que aparecía en motocicleta. De simbolizar la independencia y la rebeldía sobre la moto se pasa al patinete, que no señala sino el anhelo peterpaniano de eludir las responsabilidades. Y es ese, precisamente, el asunto de este drama. Como sabemos, otro aspecto esencial de la niñez es su naturaleza de futuro.

Moretti interpreta a Giovanni, versión de sí mismo que dicta ideas para guiones desde la piscina y ha pasado la vida con la misma mujer, Paola (Margherita Buy). Está dirigiendo una película ambientada en la Italia de 1956, sobre cómo reaccionan militantes del PCI a la Revolución húngara, a propósito del circo que recién llega a Roma y que por suerte se ha ahorrado tener que vivir la invasión soviética. Pero, en realidad, lo que quiere dirigir es una historia de amor con canciones italianas. Quiere, además, que el cine actual no sea frívolo y hueco, ya sea en forma de blockbuster violento o de cine-algoritmo de Netflix. Quiere, finalmente, que su mujer no lo deje, asunto del cual acaba de enterarse, demasiado tarde, por supuesto. Quiere muchas cosas. Giovanni es —razón tiene aquel gran lector— un nefelibata. Va dando saltos entre la militancia (la de sus personajes y la propia, que es la misma), las referencias cinematográficas y su vida familiar, todo con la levedad de las nubes. Hay una generación de Giovannis/Nannis. Optimista. Revolucionaria. Qué razón tiene el crítico que escribió sobre esta cinta que «sin optimismo no hay revolución», y que añade que es «para los que prefieren el optimismo de la voluntad por encima del pesimismo de la razón». En el sesenta y ocho —ese triunfo del infantilismo— el pesimismo, o lo que se entendía como tal: límites, resultaba molesto y escandaloso. Digamos entonces que se está hablando del triunfo de la voluntad.

De principio a fin El sol del futuro quiere ser una comedia, casi un musical. En este género, los números musicales son la trama. Quiero decir que sin ellos no se avanza en la historia, son escenas núcleo, donde se presenta, desarrolla o resuelve un conflicto de uno o varios personajes. Lo que hay en cambio en El sol del futuro es la arbitrariedad caprichosa del director/protagonista de ponerse de pronto a cantar (mal) en el coche y a bailar (peor) girando sobre sí mismo con los brazos abiertos, como un aeroplano. Volar, otro signo de inmadurez, cuando es «el deseo imposible de despegarse del suelo (…) lejos del peso de la existencia adulta» como escribe otro italiano, el editor y filósofo Francesco Cataluccio.

Y lo que no podía faltar. Un desfile-marcha al estilo Fellini 8 1/2 corona este manifiesto para la pantalla grande, este alegato a favor de la verdadera izquierda, el verdadero comunismo, uno soñador leninista y johnlennonista, uno que va en patinete y come soja para salvar el planeta. Es cierto lo que dice el personaje de James Cagney en Uno, dos, tres (Wilder, 1961): los comunistas desfilan mucho.

Volvamos al comienzo. La escena en la que Giovanni aparece en patinete lo hace dando vueltas a una glorieta, una y otra vez. Comenta Cataluccio sobre el cine de Moretti en su Inmadurez (Siruela): dice que ha sido una trayectoria desde el infantilismo nostálgico hasta una conciencia madura, esta última apreciable únicamente en La habitación del hijo (Moretti, 2000), donde «el protagonista, por primera vez, no es el inmaduro Abejita, en el cual se ha reconocido y con el cual se ha reído una generación entera de italianos». Me temo que la cabra tira al monte, y Moretti ha hecho una cinta llena de soberbia y autoindulgencia, livianísima y militante, infantil, circular como su trayectoria en patinete, en un eterno retorno a sus inicios, al útero, como Oskar, el protagonista de El tambor de hojalata y su eterno berrinche por no poder con la realidad. Este es su colofón: «A partir de ese día, el Partido Comunista Italiano se deshizo de la hegemonía soviética, realizando en Italia la utopía comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, que aún hoy nos hace tan felices». ¿Que el comunismo tiene cien millones de muertos encima?: «Nos hace tan felices». Moretti quiere dejar claro que el futuro es bueno mientras lo lleve gente como él, una suerte de ejército de saltarines nebulosos. Que Dios nos cuide.

Narcisa García

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