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Els encantants

Crítica

Público recomendado: +18

A Irene no le van las cosas demasiado bien últimamente. Su economía no está muy boyante y ha tenido que mudarse a un piso más pequeño, que está todavía acabando de organizar. Guillem, su marido, y ella, se han separado y, aunque la iniciativa fue de ella, en el fondo no lo tiene asumido. Ahora tiene que separarse de Joana, su hija de cuatro años, porque estos días le corresponde estar con su padre.

Le pesa la soledad pero tampoco consigue distraerse con sus amigos, así que decide irse hacia la casa que tiene en el pueblo de su infancia, Antist, en el Pirineo de Lérida. Está prácticamente deshabitado, pero situado en un cerro, tiene unas vistas magníficas sobre toda la comarca de La vall fosca (‘El valle oscuro’), en el parque nacional de Aigüiestortes. La película toma su título de dos agujas rocosas, con una grieta entre ellas, que da acceso a una cueva misteriosa llena de la magia de las leyendas. Al fondo del valle, el lago San Mauricio de aguas frías y cristalinas.

Es una zona de una belleza deslumbrante, agreste y misteriosa, con unas faldas de montañas en pendientes tan pronunciadas y densas de árboles, que en ellas el sol se pone pronto y reina la oscuridad. Es una imagen exacta del personaje: una vida con muchas luces pero en la que se ha hecho muy pronto de noche y no hay manera de orientarse. Y con grietas que esconden zonas sombrías y desconocidas que producen angustia y temor.

La película es tan lenta y con unos personajes tan ensimismados, que acaba resultando tediosa. Y, sobre todo, deprimente. Como ya sucedía con los personajes de otra película de Elena Trapé, la multipremiada Las distancias (2018), Irene vive encapsulada en su egocentrismo, obsesionada con su hija Joana mientras, paradójicamente, se queja de la insistencia de su propia madre por cuidarla.

Es un retrato amargo, sin ningún resquicio a la esperanza, de quien no sabe entregarse y amar de verdad. Cuando su amigo se pone enfermo, ella es incapaz de estar cercana. Más tarde, entre lágrimas, se dice que es un error querer tener una relación con alguien cuando todavía no se ha sanado la herida de un fracaso anterior. Pero el espectador sabe que el fracaso procede de la ausencia de vínculos personales, de no entregarse al otro, de no desvivirse por hacerlo feliz. Ni el amor por su hija es sano, de tan posesivo.

Trapé rueda con realismo, acercando su cámara al rostro de Irene, inspeccionando cada detalle, cada gesto, cada palabra que sube a la boca pero no se decide a salir. Los actores, Laia Costa y todos los demás llevan a cabo un trabajo excelente. Pero lo más destacable tal vez sea la fotografía de Pau Castejón que capta la imponente grandiosidad de los paisajes pirenaicos.

Irene es un personaje típico de Elena Trapé y, lamentablemente, de la sociedad de hoy: banaliza el sexo, banaliza el amor, banaliza la vida, y el resultado es la incomunicación y la soledad radical.

Mariángeles Almacellas

https://www.youtube.com/watch?v=payv996p3N4

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