Crítica
Público recomendado: +18
El pasado viernes, 28 de los corrientes, las salas de cine españolas recibían al interesante drama social francés, En un muelle de Normandía, que supone una nueva incursión en la dirección de cine del afamado escritor parisino de 64 años, Emmanuel Carrère, tras su largo premiado en Cannes, La moustache (2005), o Retour à Kotelnitch, duro documental rodado en 2003.
Ha coescrito En un muelle de Normandía junto a la parisina de 55 años, Hélène Devynck, a la sazón su expareja, a partir de la novela homónima de la periodista belga de 60 años, Florence Aubenas, publicada en 2010 y también llevada al teatro. Distribuye en cines Karma Films.
En esencia, En un muelle de Normandía inicia su periplo a partir de la crisis económica mundial que estalló en el año 2007. La precitada Florence Aubenas, una reputada e inquieta reportera, decide investigar la situación real de los parados y los trabajadores precarios, que son los más afectados por el nuevo paisaje. Y para ello decide adentrarse de lleno en el sistema y ponerse en su piel.
De esta manera, Florence se muda a ciudad de tamaño medio, se crea una nueva identidad y trata de conseguir un trabajo. Ahora la periodista pretende ser una mujer de cuarenta y ocho años, recién separada y sin experiencia laboral.
Ahora, sustituyamos el nombre de la investigadora por el de Marianne Winckler, al que da vida una espléndida Juliette Binoche, que de hecho es la única actriz profesional en la aventura. Pues bien, cuando por fin contratan a Marianne como limpiadora, dará con un equipo de compañeras que trabajan en un ferri en Caen y allí logrará crear un vínculo de fuerte amistad con una de ellas, Crystèle. Se trata de una mujer joven, sin recursos, y que sola tiene que sacar adelante a sus tres hijos. Ha de hacer malabares para subsistir. A ella le pone rostro y cuerpo la debutante Hélène Lambert. No en vano, Carrère pone el foco en esta pareja de mujeres para convertirlas en adalides de la lucha por la supervivencia en una atmósfera de asfixia moral y económica.
Como sucede a menudo con la traslación al cine de las obras literarias, se echa en falta algo más de los elementos corales de la novela en la que se inspira En un muelle de Normandía. Eso no quita que el drama conserve la pureza del conflicto, que narra con buen pulso Carrère al que, inevitablemente, se pone en contraste con el padre del cine social contemporáneo, Ken Loach. O con otros referentes al uso en vías de expansión en España, como es el caso de Fernando León de Aranoa o Gracia Querejeta, por citar a los más granados.
En cuanto a En un muelle de Normandía, y a sabiendas de que Carrère es también un gran escritor, es fácil comprobar el extremado y detallado realismo que imprime a la historia. Hasta tal punto de que el producto resultante contendría trazas de documental. Razones para ello no le faltan, dada su experiencia cinematográfica previa. Y, en este sentido, el hecho de que los actores de renombre se codeen con intérpretes no profesionales, hace que la historia presuma de aún más autenticidad. Algo parecido ocurría con la excepcional Dos días, una noche, de los hermanos Dardene (2014), si nos referimos a la crudeza de la denuncia social, tan directa como lacerante.
Además, En un muelle de Normandía pone en valor la amistad, la camaradería, el compañerismo, la honestidad, frente a una mujer que les está mintiendo. Que para escribir su drama literario cómodamente, ha de inmiscuirse en las vidas de otras personas que realmente han atravesado, y atraviesan, penurias. Ese debate también queda planteado en la película.
Nos hallamos, pues, ante una gran drama, a ratos áspero, con importantes giros argumentales, fresco, rítmico, directo, exento de sensiblería barata. Sus personajes son tan creíbles, tan especiales, tan humanos. Incluso son felices a pesar de todo. Y están tan bien dirigidos y perfilados…
En un muelle de Normandía, en fin, es una película necesaria para recordar también lo difícil que es integrarse en el mundo laboral a partir de una determinada edad. Algo similar a lo que le ocurría a Dustin Hoffman en Tootsie (Sydney Pollack, 1982), si se me permite la comparación.