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Festival de la Canción de Eurovisión: La historia de Fire Saga

Caratula de "Festival de la Canción de Eurovisión: La historia de Fire Saga" (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Estreno en plataformas

Lo peor de esta película es sin duda su título. Tan artificial y aparatoso como el propio festival de Eurovision, hortera y empalagoso, pero al igual que él, cumple una función. La historia de Fire Saga es una mezcla de cuento de hadas, en un sentido literal, y de pasión musical. La pasión musical hace que sea difícil distinguir lo que es mera afición de una verdadera vocación o del sueño inmaduro que puede hacer fracasar toda una vida, cuando se busca algo que no debe suceder. A veces la voluntad lucha contra la naturaleza y los resultados de esa lucha son siempre inciertos. A veces la luz artificial muestra caminos que vistos a la luz natural nadie hubiera seguido.

La historia de Fiore Saga es el cuento de hadas de dos personajes infantiles que pasan por la vida soñando ser protagonistas de un cuento que tiene cero posibilidades de convertirse en realidad. Y ya frisan los 50. Lars y Sigrit (Will Ferrer y Rachel McAdams) son dos niños que ven a ABBA por la tele, en un concurso de Eurovision en 1974, en una fiesta familiar. Lars, con diez años queda fascinado, y se arranca a bailar; su baile espontáneo cura la afasia de una niñita más pequeña, Sigrit, lo que les hará inseparables. Desde ese impacto televisivo soñarán, día tras día, con ganar el Festival de Eurovision, partiendo de sus discutibles dotes musicales y de la ausencia de una estructura musical o empresarial que les pueda apoyar. Viven en un pequeño pueblo de Islandia y sus actuaciones son siempre ante las mismas cuarenta personas.

La vida dará tantas vueltas que acabarán conociendo el mundo de Eurovisión: un mundo de lentejuelas y hojalata, brillantina, de decorados, luces, efectos, falsedad y peligros, etc… Por el contrario, su localidad natal, las veinte calles y el puerto en el que ha transcurrido su vida será un foco de autenticidad, pero también de dolor y de frustración. Todo estará en contra de los sueños de Lars, que no deja de ser un paleto infantil a quien Sigrit sigue en su pasión musical. Las relaciones familiares de Lars están heridas desde su infancia.

Con estos moldes hay mucho en la cinta. Por un lado, al igual que muchas otras películas musicales (Personal Assistant, Blinded by the light, Wild Rose, I can only imagine…) tenemos la necesidad de sanar las relaciones familiares. El éxito más rotundo palidece cuando estas fracasan. Tenemos también buena música, con momentos brillantes donde hacen cameos algunas de las figuras más relevantes de las últimas ediciones de Eurovisión, y buenas canciones tanto para los momentos de comunidad local, para los de Eurovision. El valor de la constancia, de la fe en la misión, del coraje en soportar el fracaso aportan los momentos más emotivos de la cinta.

Mención especial merece el mundo de Eurovisión donde predomina el ambiente gay, trans, etc… En ese mundo, Lars y Sigrit tendrá que sufrir sus pruebas. Me agrada particularmente -algunos escritores gays lo echaban en falta ya- ver que se pueda mirar con sentido del humor ese mundo; más sentido del humor sería un modo de evitar sus derivas inquisitoriales, y hoy necesitamos más risa y menos inquisición. El humor ha tenido éxito porque lo encontramos a raudales: a veces mezclado con lágrimas, otras veces será humor negro, otras veces, soez, grueso, chabacano, pero con el punto de candidez e ingenuidad de pueblerinos no pasados de rosca, sino más bien sanote, gamberro, quinceañero. Lars nos transmite esa sensación, la de seguir teniendo quince años y soñando lo que sabemos que no puede llegar a ser, pero que deleita mientras lo sueñas. Y si al final uno encuentra su sitio en la vida (aunque sea en el celuloide) todos podemos felicitarnos.

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