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Fisherman’s Friends

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +12

El folk es un estilo de música que siempre ha tenido una pretensión de autenticidad, frente a la industria del pop, la industria de los éxitos manufacturados. Algo hay de verdad en ello. La música folk ha sido durante décadas, la música que se canta en las pequeñas comunidades, que siempre es música en vivo, sin recurrir al artificio de la música grabada, sin recurrir al marketing y lejana a las actuaciones en grandes auditorios. El pop y el rock, con sus conciertos en estadios de fútbol conforman un modelo donde el artista está por encima y radicalmente separado del público, subido a un escenario. El rito de estos conciertos responde más al concepto de “adoración” del artista. Nada de esto estaba en el folk. Su pretensión de autenticidad, de cercanía a la tierra, fue una nota característica durante años, pero saltó por los aires cuando un artista surgido de su seno rompió todas las barreras, cincuenta años antes de alzarse con el Premio Nobel de Literatura. Pero eso es ya harina de otro costal.

El caso es que sigue existiendo la música folk. Música viva en pequeñas comunidades. Música a bordo es la historia real de los Fisherman’s Friends, uno de estos grupos de música folk. Las canciones de marineros que cantaban en su faena llegaron a introducirse en el Top Ten de los éxitos del momento. Pero sobre todo es la historia de una comunidad de pescadores, en un pueblo pequeño, cuya vida gira alrededor de la faena marinera, de los pequeños negocios, y de las reuniones en el pub, que es la red donde se teje la vida de una comunidad que vive y celebra junta. Un estilo de vida cercano al que ha caracterizado gran parte de la historia de la humanidad, hasta la Revolución Industrial.

Al pueblo de Port Isaac llegan, de carambola, cuatro jóvenes de Londres, que se dedican a la representación de artistas y de casualidad son testigos de una discreta actuación en el puerto de estos nueve hombres pescadores, rudos, fuertes, toscos, y que cantan canciones de ron, sirenas, canallas, puertos lejanos y aventuras. Estos cuatro jóvenes frívolos dan lugar a un equívoco y ambiguo juego entre ellos sobre el valor de este tipo de música y sus posibilidades para abrirse un hueco en el negocio de la música. Lo que comienza como una broma pesada de Troy -el jefe de la empresa de management- va a cambiar la vida de Danny (Daniel Mays), que asumirá la obligación moral de conseguir dar una oportunidad a la música de estos pescadores.

Danny tiene que lidiar con Jim (James Purefoy) el referente moral de la banda, mientras que el amor a primera vista que ha sentido por su hija Alwyn (Tuppence Middleton) le lleva a insertarse cada vez más en la vida local. Su conflicto con su vida en Londres llegará a ser total. Danny tendrá que luchar con su jefe, Troy, por hacer verdad lo que inicialmente era una broma: esta música es auténtica, surge de una poderosa relación, de hombres que trabajan, luchan y arriesgan su vida a diario codo con codo, siendo a la vez herederos de la vida y música de cientos de generaciones anteriores.

En el rodaje, los verdaderos Fisherman’s Friends estuvieron codo con codo con los actores y director y entre músicos y actores surgieron decenas de momentos de cantos espontáneos. En una de las escenas más brillantes de la película, surge la magia de la música. En un pub de Londres, le preguntan a Jim cómo son las canciones marinas. Jim responde que son más conocidas de lo que uno cree. Empieza a cantar una de ellas y todo el bar se va uniendo hasta cantar el coro en un sentimiento inigualable de camaradería. Estos momentos existen en la vida real; no se pueden planificar, pero cuando llegan tocan lo más profundo de las emociones y se quedan grabados para siempre.

Al final, Música a bordo (Fisherman’s Friends) lo tiene todo: risas, camaradería, música, emoción, mala leche, traición, diversión, amor, muerte, conflicto, y final feliz, ciertamente almibarado. Siento ser de aquellos a los que les gusta los finales felices, pero la música es lo que tiene, no el final, pero sí el feliz.

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