Crítica:
Público: Adultos
Vuelve Gibson. Diez años después de la magnífica “Apocalypto” y doce desde la polémica “La Pasión de Cristo”, Mel Gibson vuelve a la gran pantalla con una historia real, que volverá a conmover a medio mundo por su dureza y su verdad.
La película nos cuenta la historia de Desmond Doss, un joven militar estadounidense que participó en la batalla de Okinawa y se convirtió en el primer objetor de conciencia en recibir una medalla de Honor del Congreso, por salvar la vida a más de setenta compañeros. Lo excepcional del caso radica en que Doss lo logra sin disparar una bala ni empuñar un arma, pues sus convicciones religiosas se lo impedían; aunque, a la vez, su patriotismo le obligó a alistarse en el ejercito contra el enemigo japonés. Esta original paradoja, de un pacifista cristiano dispuesto a servir a su país en el campo de batalla, es el eje vertebral de la historia.
La estructura de la película responde a tres actos bien diferenciados, con dos puntos de giro determinantes, tanto para nuestro protagonista como para todos los demás: un momento decisivo es cuando se niega a tocar un arma (momento en el que se comienzan a desvelar su motivaciones interiores) y otro segundo, cuando todos abandonan el campo de batalla menos él que decide quedarse.
Gibson domina la narración visual y parece hacerlo especialmente bien en el campo de batalla. La guerra se muestra con toda su dureza y violencia, con vísceras e intestinos volando, miembros amputados y situaciones imposibles llenas de muerte, ansiedad y situación límite. Los personajes están muy bien construidos y la historia de amor, perfectamente vinculada con el descubrimiento de su vocación, configura un personaje con el que resulta fácil identificarse. Impresionante el arco de transformación de todos los personajes ante el descubrimiento de a quién tienen delante.
A lo largo de la historia del cine hemos visto personajes que por la guerra sufrían traumas, perdían su identidad o incluso se volvían locos. Recordemos al joven recluta de “La chaqueta metálica”, de Kubrick que termina suicidándose y asesinando a su comandante tras sufrir esa escuela del infierno que era el entrenamiento durísimo al que los sometían. O al protagonista de “La delgada línea roja”, de Terence Mallick preguntarse: “¿Qué significa esta guerra en el corazón de la naturaleza? Esta crueldad, ¿de dónde sale? ¿Cómo ha arraigado en el mundo?”. “Hasta el último hombre”, de Mel Gibson viene a dar una respuesta más clara al conflicto de este joven soldado y de tantos otros. Películas bélicas que terminan transformando al sujeto-soldado humano en un sujeto-ausente cruel e inhumano. En esta línea se enmarcaría el padre de Desmond, magníficamente interpretado por un espléndido Hugo Weaving (Matrix). Un personaje que expresa muy bien cómo el hombre pierde la idea de sí mismo y de lo que le rodea por culpa de la guerra. Gibson no se limita la mostrar la sin razón de la guerra desde un punto de visto humanista, como tantos otros directores, sino que indica una forma concreta para no perderse dentro de ese infierno que es la guerra.
Mel Gibson ha sido vapuleado a nivel personal y profesional precisamente por expresar abiertamente su condición de católico con “La Pasión de Cristo”. Pero en vez de responder a ese ataque mediático desde la agresividad e impulsividad, ha preferido hacerlo con la historia de Desmond Doss, fantásticamente interpretado por Andrew Garfield. Me parece que esta respuesta es más inteligente, más cristiana y también más humana que cualquier otra, ya que Desmond no juzga a nadie sino que se limita a seguir sus convicciones con sencillez y a pecho descubierto. De hecho, sucede algo parecido a la historia de King Kong. La guerra despierta la versión más cruel y animal de la persona e igual que la mujer hiere con su belleza a la bestia King Kong, la presencia de Desmond Doss hiere con su belleza moral a todos en el campo de batalla.
Existen películas en donde un director pasa de ser un mero narrador de historias a ser una especie de “sabio artesano” capaz de traspasar la barrera entre espectador y película. Gibson al igual que Mallick lo logra pero no desde un punto de vista estético-naturalista, como sería el caso del director de la hermosa y extraña “El árbol de la vida”, sino desde el realismo más crudo. De hecho la película contiene un grado de violencia explícita que puede herir la sensibilidad de algunos espectadores.
Igual que desde el Batman de Christopher Nolan todo superhéroe tiene un lado oscuro, desde que Mel Gibson hizo “La Pasión de Cristo” el límite de violencia explícita dentro del cine se ha sobrepasado. A raíz de esta película el cine y las series de T.V. se han visto influenciados por una pérdida del pudor a la hora de mostrar imágenes de violencia o de sexo. Ahora la cámara se regodea en las vísceras quizás buscando sorprender a un espectador harto acostumbrado a estas escenas. Podemos hablar de series de T.V. como “Juego de Tronos”, “Hannibal” o “The Walking Dead”. Basta con recordar el capítulo de la “Boda roja” en “Juego de Tronos” o cuando la Khaleesi tiene que comerse un corazón de caballo crudo para convertirse en reina.
En “Hasta el último hombre” (como sucede en “La Pasión de Cristo”) la utilización de la violencia como recurso visual no está vacía de significado, como le puede ocurrir al uso meramente estético que hace Tarantino (saga Kill Bill), sino que porta un sentido que conspira a favor de una gran historia. De hecho en la obra de Gibson late con claridad el valor de la vida humana mientras que en Tarantino, muchas veces, es justo lo contrario.
Otros temas que hay en la película son: el valor de la oración, la relación entre vocación e identidad, el amor conyugal, el heroísmo, la entrega al prójimo más allá de su procedencia, la defensa de la libertad de conciencia o de la libertad religiosa[1] como fuente de esperanza para salvar lo humano ante la sin razón de la guerra.
Gran fotografía, gran banda sonora y antológica la secuencia del campo de batalla. Sin duda una de las películas del año que, aunque violenta, resulta de visionado indispensable por su enorme poder visual y humano. Especialmente recomendada para los adolescentes más rebeldes pues pueden ver en Desmond Doss un referente y modelo a seguir; por supuesto, siempre bajo la compañía y criterio de los padres. Esperemos que los grandes premios de la industria sepan confirmar el valor de esta película como se merece.