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Hay una puerta ahí

Crítica

Público recomendado: +16

 

 

Interesante documental que sigue la profunda relación de amistad que se estableció entre el uruguayo Fernando Sureda y el médico oncólogo español Enric Benito, miembro de honor de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL).

Sureda, aquejado de ELA, estaba recluido en la cama, porque ya no podía mover las piernas, a pesar de que, orgánicamente, su cuerpo seguía funcionando correctamente. Estaba bien atendido en su casa por su esposa y sus hijos, pero él no quería seguir siendo una carga para ellos, ni tampoco estaba dispuesto a sufrir las consecuencias de los avances de la enfermedad. Pasaba el día con un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo en la otra, mientras, haciendo valer su fama y su prestigio, clamaba por la legalización de la eutanasia en Uruguay. Él mismo quería poder terminar con su propia vida en el momento que juzgara más oportuno.

La médica que lo atendía conectó en España con el doctor Enric Benito, especialista en la asistencia con cuidados paliativos y acompañamiento espiritual de los enfermos en fase terminal. Por espiritual se entiende aquí cuanto trasciende la mera fisicidad del ser humano sin, en este caso, hacer referencia a ninguna religión concreta. Era la época del aislamiento por la pandemia del COVID y la relación entre esos dos hombres se desarrolló por medio de mensajes escritos o de audio y, más frecuentemente, por videoconferencias prácticamente semanales. De este modo fue cimentándose entre ellos una sólida amistad.

Aunque abordaron temas tan profundos como el amor, los hijos, la vida y la muerte, sus conversaciones no pueden tildarse propiamente de debates sobre temas filosóficos, antropológicos o religiosos, sino que eran charlas entre dos amigos sobre la dura situación de uno de ellos y el mejor modo de afrontarla.

Juan y Facundo Ponce de León han conseguido dar agilidad al guion a pesar de lo limitado del marco en que se habían movido Sureda, en la cama, y el doctor Benito, en una habitación de su casa en Mallorca, y de los medios técnicos tan elementales que habían utilizado. Entre el numeroso material que llegó a manos de los cineastas –más de once horas de vídeos grabados–, han sabido elegir los fragmentos adecuados para no dejar fuera nada de lo sustancial que trataron los dos amigos. Pero han suprimido aquellas conversaciones irrelevantes para el documental y cuanto hubiera podido aportar pesadez al relato.

Por otra parte, han tenido el acierto de no querer intervenir con arreglos en el material que han recibido, sino que han conservado las grabaciones en su espontaneidad, hasta con fallos técnicos y encuadres poco acertados. Justamente esta es la principal cualidad de la película, que rezuma autenticidad por los cuatro costados.

El doctor Benito no se dirige a Fernando con teorías, de forma distante y magisterial, y, menos todavía, en tono lastimero o condescendiente. Le habla de corazón a corazón, para acompañarlo en el tramo final de su existencia y ayudarlo a encontrar el sentido a cuanto le sucede y a tomar sus decisiones dentro del margen que le resta de capacidad de elección.

En palabras de Enric Benito, la muerte no existe en sí misma, es un constructo de la imaginación del hombre en el que proyecta sus miedos a lo desconocido. La muerte no es, por tanto, una enfermedad, ni tampoco duele. La vida del hombre tiene un principio y un final bien estructurados, y en ambas situaciones el ser humano está frágil y desvalido necesitado de asistencia de los demás.

La vida no termina cuando muere un ser humano, lo que termina es su biografía concreta. Ciertamente, dejar a sus seres queridos y traspasar esa puerta que está ahí le produce un cierto temor. Por eso es tan importante el acompañamiento en el tramo final de la existencia, para ayudarle a la aceptación de sí mismo, de tal modo que pueda revisar su vida pasada, poner orden en su mundo interior y en sus relaciones humanas para cerrar bien el proceso de haber vivido; para que tome conciencia del afecto de los seres del entorno para valorarlo y agradecerlo y que se abra a la trascendencia, al misterio, más allá de las propias creencias religiosas o de las dudas que pudiera tener.

Es una película que apetecería verla escena a escena, parando para reflexionar, volver sobre las palabras, los gestos y hasta los rasgos de humor de los dos amigos. Aprender a bien morir nos enseña también a bien vivir, del mismo modo que una vida de relaciones afectivas generosas permite llegar con paz y serenidad hasta la puerta que hay que cruzar.

Decidir el final en una película de este tipo, debía de resultar, sin duda, muy complicado, porque no podía surgir del material recibido, tenía que ser de propia creación. Juan y Facundo Ponce de León lo han logrado plenamente con una escena bellísima, de gran fuerza simbólica, que deja al espectador el regusto de una auténtica síntesis/conclusión de todo lo tratado: quien ya pasó la puerta, avanza desnudo, ingrávido y libre, desde el fondo de las aguas hacia la luz.

Imprescindible.

Mariángeles Almacellas

https://www.youtube.com/watch?v=FVGBGLIHe90&t=1s

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