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La madre del blues

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Película estrenada en plataformas

La música pop y rock, desde 1940 hasta hoy se lo debe todo a la música negra; sin ella, seguiríamos bailando minués, de puntillas. Así de simple. Solo por esto merece la pena una película como La madre del blues, que gira alrededor de Gertrude Ma Rainey, una de las divas de la música blues de primeros de siglo XX y una de las primeras cantantes de las que hay registradas decenas de sus canciones, cuando la música se comercializaba y se vendía en discos de cera, de 78 r.p.m.

No se trata de un biopic. Es la adaptación a cine de una obra de teatro, Ma Rainey’s Black Bottom, escrita en 1984 por August Wilson y que formó parte de un entramado de 10 obras llamado The cycle¸ consistente en una obra ambientada en cada década del siglo XX.

Y ni siquiera Ma Rainey (Viola Davies) es la gran protagonista de la obra. La introducción nos muestra el estatus de Ma Rainey entre la población negra, donde causaba furor por la fuerza de su voz y lo picante de sus letras, la crudeza con que reflejaba la dureza de la vida para toda una población que había estado sometida durante siglos a la esclavitud. Es el proemio, brillante de color, de ambientación, de fotografía y vestuario, toda una proeza para ambientar la trama que procede de una obra teatral. Y en seguida entramos en la escenografía de la propia obra: la sesión de grabación de varias canciones de Ma Rainey en un estudio fonográfico regentado por dos blancos: Irving y Sturdyvant.

El protagonismo se reparte en dos escenarios diferentes. Como en aquella mítica serie de finales de los años 70, “Arriba y abajo”, en La madre del blues, hay dos pisos, arriba y abajo: los músicos contratados ensayan en la parte baja, en un cuchitril, y en la parte superior está el estudio donde se desarrollarán las grabaciones, donde trabajan Irving y Sturdyvant, que son a la vez propietarios empresarios y técnicos de grabación.

En la planta baja ensayan los cuatro músicos de sesión para una grabación de la diva, Ma Rainey. Las personalidades de cada uno están muy bien definidas. Toledo, hombre de avanzada edad, cultivado e influido por las ideas de Booker T. Washington, considera el trabajo con la gran herramienta para que los hombres de color se respeten a sí mismos y logren la independencia económica que les granjeará el respeto de los blancos; Slow Drag el contrabajista no quiere problemas, habla poco y en un músico trabajador, serio, riguroso; Leeve (Chadwick Boseman) es joven, tiene creatividad, mucho talento e insolencia. Cutler es el director de la banda, el hombre de Ma Rainey, que sabe lo que está en juego, y que sin ser lo mejor, es lo suficiente para salir del paso y vivir con cierta dignidad.

El ensayo sin embargo, tarda en comenzar, y de las diferentes expectativas artísticas de cada miembro vamos pasando a conocer la historia de dolor que cada uno lleva dentro, la historia de una raza marcada por la esclavitud, la segregación, el desprecio y la violencia ancestral que han sufrido a manos de los blancos. La historia va alcanzando la máxima hondura posible, llegando hasta el núcleo más vital de la existencia humana: la violencia, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Y donde se plantea, con toda crudeza, el problema religioso: ¿dónde está ese Dios al que rezan los negros en su angustia y que no les escucha? El tinte trágico y desesperanzado no nos abandonará en ningún momento. No es teatro de respuestas. La escena culmen la protagoniza Leeve, interpretado magistralmente por Chadwick Bose, que filmó aquí su última película, y no es difícil ver que además de interpretar a Leeve podía estar soltando su frustración ante la que era su cercana muerte, causada por el cáncer.

En el piso de arriba, Ma Rainey, maniática, tirana y despectiva con los que el personal del estudio de grabación, acaba dejando traslucir la razón de su modo caprichoso de comportarse en el estudio. A medida que ella explica el porqué de su conducta se va aclarando para el espectador quiénes son los que merecen el desprecio y quienes siguen siendo los explotadores, aunque ahora lo sean “de guante blanco”. Su figura se humaniza, aunque el rictus de su rostro siga siempre estirado y rígido.

En su día, la música blues era una música considerada salvaje, procaz y lasciva. Lo mismo ha sucedido con los vástagos del blues: el rock and roll, el r’n’b, soul, funk, dico, tecno, rap, hip-hop, etc. Pero para la población que la originó era el lenitivo que les permitía conservar las señas de su identidad comunitaria e irse abriendo camino en el mundo hostil de los blancos. Y los blancos, propietarios de la industria del showbizz, se aprovecharon cuanto pudieron del talento y la creatividad de los inexpertos y en ocasiones, analfabetos, músicos negros, que legaron a la música y a la cultura americana uno de sus mayores tesoros, del que seguimos viviendo hoy.

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