Crítica
Público recomendado: +18
Secuela de La monja, película de 2018 que a su vez era un spin-off de la famosa saga ‘Expediente Warren’, nos lleva unos años después de los trágicos sucesos de la primera entrega. Vuelve el famoso demonio, la Hermana Irene y ‘Franchute’ Maurice y se queda por el camino el Padre Burke, a quien se ventilan en un breve diálogo de apenas 10 segundos, seguramente para darle toda la importancia a la Hermana Irene, cosas de los nuevos tiempos que ya conocemos.
Corin Hardy deja la dirección y en su lugar tenemos a Michael Chaves, responsable de títulos similares a este como ‘La llorona’ o ‘Expediente Warren: Obligado por el demonio’. James Waan, precursor de la saga Warren, ejerce como productor, y se vuelve a evidenciar que los demás directores no son él. Sí, hay sustos efectivos, algunos casi inesperados, pero aunque esta película es un poco mejor que la muy mediocre primera (con el agotamiento del espectador por tantos intentos de sustos seguidos), comete los mismos errores, que sobre todo son comportamientos muy poco lógicos (qué manía con indagar en los sitios más oscuros en lugar de salir corriendo y avisar a un superior o a las autoridades).
En fin, que vuelve Balak y empieza a asesinar a religiosos, uno tras otro, sin que éstos puedan ni defenderse. Así que avisan a la hermana Irene (una Tessa Farmiga muy convincente que hace todo lo posible por creerse su papel) y en su camino, acompañada de la hermana Debra (sí, otro personaje femenino, lo dicho, los nuevos tiempos) vuelve a cruzarse Franchute, poseído desde la primera película, pero se supone que es un secreto (a voces más bien).
Hay que reconocer que la Iglesia católica, aparte de injustamente muy fría en algunos de sus miembros (las monjas y los sacerdotes no son precisamente las personas más distantes y, permítaseme la palabra, bordes), no sale muy mal parada, incluso se hace hincapié en la importancia de la fe cuando la vista no nos da las respuestas y, yendo más allá, en la importancia de no creerse habladurías ni leyendas generadas por distorsiones interesadas de la historia. Contrastar, básicamente. Vamos, que quien no tenga fe no la va a encontrar en esta película, pero quien la tenga tampoco va a salir enfadado, quizás indiferente.
Queda así un filme de sustos y alguna que otra valiosa lección en el que, nuevamente, el género masculino no sale muy bien parado. Eso sí, los fans de la saga Warren deben quedarse tras el final, hay una muy breve escena posterior que les gustará (aunque no aporte gran cosa si ya conocen lo demás).
Miguel Soria