Crítica
Público recomendado: +16
Como un mal sueño del que te despiertas acongojado y tratas de distinguir lo que pasó de verdad -en el sueño- y lo que no, así se siente uno, cavilando, mientras se deslizan en la gran pantalla los créditos de En la quietud de la tormenta, acompañados de una deliciosa melodía de jazz, muy afín al tono melancólico de la cinta.
Lara y Telmo son una pareja estable, que, tras vivir algunos años juntos en París, deciden regresar a San Sebastián, ciudad natal de él y muy próxima al pueblo de origen de ella. Daniel y Vera conviven juntos, también tienen una relación aparentemente estable, pero no feliz, en parte por los problemas familiares que sufre él -o que lleva por dentro- y las inseguridades de ella.
En mi opinión, lo que más brilla en la quietud de la tormenta es la belleza de Loreto Mauleón (Los renglones torcidos de Dios, Patria) a la que le sienta de miedo el acento abstraído y reflexivo adoptado en el filme. Fantásticamente dirigida por Gastesi, que ya había trabajado con ella en Ekaitza (Tempestad), cortometraje de 4 minutos que probablemente haya engendrado de alguna manera la historia que hoy nos presenta.
Alberto Gastesi y Alex Merino, guionistas, dejan cuestiones abiertas, probablemente pretendiendo mostrar la propia confusión de sus personajes. Lara y Daniel vuelven a cruzar sus vidas dentro de la elegante urbe, después de años sin verse, y como con una pena impregnada en el alma -algo que solo entenderemos al ver el desenlace- cruzan también sus miradas en la playa, paradójicamente separados por una ballena que el mar ha traído hasta la orilla. ¿Hubo algo más entre Daniel y Lara? ¿O esa mágica escena de la conversación con vistas a la bahía de Donosti es pura fantasía de Gastesi? Parece que el director prefiere que el espectador lo resuelva, o mejor dicho, lo elija. La presencia de la ballena en la arena, algo que tiene en vilo a los lugareños, es una potente metáfora que Gastesi utiliza para apoyarse en la tensión entre los personajes y crear una atmósfera de inquietud creciente, especialmente en Vera, la actual novia de Daniel.
Puntos a favor: La psicología de los personajes está tratada de una manera fina, deliberada, rozando el idealismo romántico. Esto justifica y fluye en la técnica empleada -blanco y negro, diálogo pausado, planos sin diálogos-, pero sentencia a la película a ser disfrutada y admirada a solos unos pocos entusiastas de la fotografía o precisamente, de las historias de amor inacabadas. Francamente, es un montaje complejo, que no todos los espectadores seguirán fácilmente, quizás sea la intención del director… quien apuesta por contar la gloria y el fracaso de lo que “pudo haber sido” entre Daniel y Lara, narrativamente confuso, con cierto abuso del flashback. La intimista fotografía en blanco y negro, el formato 4:3 (empleado en el cine mudo), los encuadres clásicos, austeros, sin grandes angulaciones nos transmiten quietud y nostalgia.
Rosa Díe