Crítica
Público recomendado: + 16
Nápoles, principio de la década de los 80 del pasado siglo. Vada y Aldo son un matrimonio joven, con dos hijos, una niña de unos 10 años y un chico algo menor. Aldo conduce un prestigioso programa de contenido literario y cultural, en una radio de ámbito nacional. Inesperadamente, una noche, le confiesa a su mujer que ha iniciado una relación con Lidia, una compañera de trabajo. La noticia es el detonante de una situación traumática. Las reacciones y las actitudes de Vada no hacen sino tensar cada vez más la relación con Aldo.
Un salto en el tiempo sin solución de continuidad nos traslada a la actualidad, cuando los mismos personajes, ya sexagenarios, viven juntos en Roma, en un apartamento que nos permite pensar en un nivel económico holgado.
Tras ese arranque de dos épocas distintas, separadas por 30 años, la trama avanza con permanentes giros de una a otra, en los que el foco se dirige alternativamente a la situación anímica de cada uno de los personajes y a su relación con los hijos. El guion esta en general bien trabado y, a pesar de los frecuentes y bruscos cambios entre los jóvenes esposos enfrentados y los mismos, ya ancianos, más o menos resignados, al espectador no le cuesta captar las frecuentes elipsis ni los flashbacks, tal vez porque todo se queda en la superficie de los sentimientos y las pasiones, sin apenas penetrar en el drama humano que la ruptura familiar supone para unos y otros, especialmente para los hijos. Cuando estos aparecen ya adultos, podemos inferir algo de lo que sufrieron y de los traumas que han podido dejarles, pero tampoco se ahonda en ello.
Daniele Lucheti parece querer decirnos que, a pesar de los errores, de los distanciamientos y hasta de los rencores, los lazos que se han creado entre los miembros de una familia nunca se rompen totalmente. Puede no quedar nada del enamoramiento que los unió un día, pero los lazos están ahí. Cuando un hombre y una mujer inician un proyecto de vida en común, sin dejar de ser quien es cada uno de ellos, crean una realidad nueva, la familia, que es mucho más que la suma de los dos. Aunque los esposos dejen de amarse, los lazos que los unen a los hijos, y a ellos mismos a través de los hijos, son indelebles.
Sin embargo, la historia de Aldo y Vanda resulta bastante banal. No hay un bueno y un malo, una víctima y un verdugo, sino que ambos son suficientemente torpes y egoístas como para destruir su hogar y perjudicar tanto a sus hijos.
El fondo de Lazos es, pues, más bien insípido. Pero en la forma la película tiene fuerza y resulta original. En lugar de seguir los acontecimientos de forma cronológica, Lucheti deconstruye la narración y salta de una época a otra, a menudo con una carga de sentido, es decir, una escena del pasado adquiere un nuevo significado cuando resuena en el presente, y, por el contrario, algún detalle actual cobra sentido en un flashback, como la misteriosa caja de Praga.
El cineasta se atreve también con una ruptura en el reparto. La pareja de los años 80 está interpretada por Alba Rohrwacher y Luigi Lo Cascio, y para las escenas contemporáneas, ha contado con Laura Morante y Silvio Orlando. Apenas si hay parecido físico entre ellos, lo cual, lejos de ser un escollo tiene una carga de sentido: las personas cambian tanto con el paso de los años que a menudo se convierten realmente en otros, casi irreconocibles, pero aún y así los lazos familiares permanecen indisolubles.
Las dos parejas de actores hacen un trabajo encomiable y merece, además, una referencia especial la fotografía de Ivan Casalgrandi, que, con su saturación de colores, nos traslada de forma casi imperceptible de una época a otra. Acierta también el director cuando a las fuertes discusiones del matrimonio les quita totalmente el sonido. En cierto sentido, eso las hace más impresionantes pero lo más importante es que evita caer en el melodrama.
La película puede recordarnos Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach (2019), en el sentido de que no narra propiamente la historia de una pareja, sino su ruptura. En Lazos, las referencias a cómo iniciaron su vida en común surgen solo a través de los recuerdos, ahora ya distorsionados y llenos de rencor de Vada, la mujer humillada y ofendida. También nos trae ecos de Kramer contra Kramer, de Robert Benton (1979), porque, a fin de cuentas, las principales víctimas de un divorcio son los hijos. Pero, a pesar de su buen trabajo, Daniele Luchetti queda lejos de esas otras películas, en calidad cinematográfica y en hondura humana.
No es una gran película, pero resulta entretenida, con una trama salpicada de algunos puntos ligeramente misteriosos, como la caja de Praga que no puede abrirse o el nombre del gato, Labes, y hasta con una pincelada de thriller, a propósito de quién y por qué ha vandalizado su bonita casa pero no ha robado nada, y qué ha sido del gato desaparecido.