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Los años mas bellos de una vida

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: Adultos

Con la vista puesta en el pasado, los protagonistas de Un hombre y una mujer (1966) vuelven a encontrarse, esta vez con el añadido del paso de los años en sus vidas. El reencuentro se ha producido por el empeño del director francés Claude Lelouch (11 de septiembre, Lumiére y compañía, El imperio del león, Un hombre y una mujer), que ya dirigió la primera, y para concluir aquel éxito cinematográfico, del que enfatiza que “mientras el corazón siga latiendo, todo es posible, sobre todo, un instante de felicidad”.

Jean-Louis Duroc (Jean-Louis Trintignant: Janis y Jhon, Un héroe muy discreto, Tres colores: Rojo…) vive en una residencia de alto standing sin tratarse apenas con las demás personas. De vez en cuando su hijo le visita y anima, al tiempo que observa en él pérdidas de memoria preocupantes. Esta situación de su padre le lleva a investigar y localizar a la que fue en 1966 su amante Anne Gauthier (Anouk Aimée: Hotel Harabati, La sombra del pasado, Colgados de los ángeles…) para pedirle que vaya ver a Duroc, pues considera que puede ayudarle en su deterioro mental y sacarle de su ensimismamiento.

El encuentro se produce pero Duroc no reconocerá a Anne en las primeras visitas. A pesar de todo, esta seguirá yendo a estar con quien fue su amor durante unos meses, pero al que abandonó por sus continuas infidelidades, pues, piloto de carreras, estaba siempre rodeado de mujeres.

Con guion de Claude Lelouch y Valérie Perrin, la historia actual se mezcla con imágenes del filme Un hombre y una mujer (Anouk Aimée recibió el Globo de Oro a la Mejor actriz en 1966), hipérbole del sentimentalismo que marcó una época, al tiempo que no llegaría a concretarse en una vida en común, pues las andanzas donjuanescas de Duroc lo impedían. Para ella este era un factor determinante, pero incluso llegó a considerar, en los exultantes primeros momentos de la relación, que aquello no podía durar “porque era demasiado perfecto” (miedo a implicarse al máximo).

Como en la primera del 66, Lelouch dirige con maestría a los actores principales, a los que se les ve disfrutar y entregados en esta segunda parte. No falta, y así lo persiguió Lelouch, “para mí era una cuestión imprescindible”, la música del filme del 1966, cantada por Calogero y Nicole Croisille.

Los años más bellos de una vida apuesta por dar un final feliz o esperanzado, cuando menos, al reencuentro en la vejez de los antiguos amantes, compartiendo sus recuerdos y, así, volver a vivir un amor más tranquilo que el tempestuoso anterior.

Pero la cuestión de fondo es si para Anne, Jean-Louis y para cualquier de nosotros hay algún modo de vivir una relación verdadera y duradera que aguante el paso del tiempo. Y, sin duda, el voluble sentimiento no es el mejor compañero de camino, a pesar de que en nuestra época es el rey que dirime sobre amores y desamores, como lo observamos en las continuas rupturas de pareja que se producen a nuestro alrededor, que aluden a que no “sentir” es la espuria “prueba del algodón” para dejar lo que un día se percibió arrebatador.

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