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Más que nunca

Crítica

Público recomendado: +18

Algún que otro medio de comunicación ha afirmado que Más que nunca es una película que habla del derecho a decidir, dando a entender que es una producción referente a la eutanasia. En mi modesta opinión pienso que no es así.

El caso es que la cineasta franco-alemana-iraní Emily Atef, autora de Algún día lo contaremos y Tres días en Quiberón, nos ofrece un largometraje en un tono lento y pausado que se hace insufrible, pues la duración de la cinta es considerable más de 2 horas para en muchos momentos no contar nada, aunque si para mostrarnos la belleza paisajística de Noruega.

La historia gira en torno a una chica joven, que siente que su vida se acaba por una enfermedad degenerativa incurable. Esta mujer quiere pasar los últimos días de su vida en Noruega para morir en soledad, algo que el hombre de su vida no comprende. Las declaraciones para Fotogramas de la cineasta son muy esclarecedoras: “Empecé a pensar en ella hace más de una década. A mi madre, que padecía esclerosis múltiple de hacía 20 años, le diagnosticaron cáncer. Estábamos muy unidas y durante su enfermedad fue el trabajo en este proyecto, lo que me ayudó a encontrar la fuerza para decirle que debía enfrentarse al final de su existencia con plena libertad, sin presiones familiares o sociales. Deberíamos ser capaces de hablar de la muerte con naturalidad porque morir es la única certeza que tenemos en la vida.”

La cinta expresa como la sociedad postmoderna afronta una enfermedad, mostrando la dureza de ésta, cuando uno es joven, tiene sueños por cumplir y se rebela contra ella sin poderse agarrarse a la fe para sobrellevarla mejor hasta que la acepta. Sin embargo, resulta chocante que él quiera acompañarla en esos momentos y que ella quiera morir sola cuando parece que se quieren de verdad y están dispuestos a dar la vida el uno por el otro. Se entiende que a una persona no le apetezca morir rodeado de máquinas en una UCI para poder despedirse de sus familiares, pero querer morir en soledad no me encaja. Creo que estar rodeado de tus seres queridos es mucho más positivo y agradable.

Por otro lado, las escenas íntimas son muy explicitas porque no son apropiadas para un público adolescente, pudiendo herir la sensibilidad de algún adulto. Las interpretaciones son buenísimas tanto la de Vicki Krieps, recordada por su gran interpretación en Sisí, como la de Gaspard Ulliel, un magnífico actor tremendamente expresivo, ya que ambos parecen un matrimonio en la vida real.

Como dato curioso y triste a la vez, Gaspard Ulliel murió unos meses antes del estreno, siendo por tanto su última película a título póstumo.

Víctor Alvarado

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