Crítica

Público recomendado: +16

A medio camino entre El señor de las moscas y El corazón de las tinieblas, Monos (2019) cuenta la historia de un grupo de jóvenes adolescentes de la guerrilla colombiana cuya vida no consiste sino en recibir y ejecutar órdenes, entrenar en combate y vigilar a la secuestrada, una doctora estadounidense (Julianne Nicholson). Estos jóvenes se llaman por apodos, viven aislados, armados, no parecen conocer otra vida que esta, la de la ideología y sus protervias, aunque haya destellos inevitables de una regularidad adolescente muy lejana.

En principio el grupo parece tener algo de disciplina y orden; sin embargo, resultan tan frágiles que bastaría que el poder seduzca a cualquiera de ellos solo por un instante, brevísimo, para que todo se convierta en un infierno, de lejos más depravado y maligno que el que ya viven. Entre el infortunio normalizado que sufren los personajes por ser quienes son y estar donde están, y la viva tentación de volverse contra sí mismos, la colombiana Monos deja ver el camino amplio y, si se quiere ineludible a ojos de Landes, a la locura que conduce a la muerte. La vulnerabilidad del orden. En este sentido se trata de una cinta atravesada por la noción griega de tragedia: a quien los dioses quieren perder, primero lo enloquecen.

Perdidos entre las montañas y el monte impenetrable —hermosamente fotografiado en toda su vastedad por Jasper Wolf—, la dinámica cambia el día en que Shakira, una vaca lechera que les han ordenado cuidar, sufre un accidente. Pueden advertirse las consecuencias: culpas, señalamientos, peleas, ruptura de límites, mentiras, traiciones, encubrimientos, oportunismos. La llegada del reino del más fuerte y la perdición de adentrarse cada vez más en sus oscuridades como en la propia selva.