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Nido de víboras

Caratula de "Nido de víboras" (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

La secuencia introductoria de Nido de víboras, en la que la cámara persigue un bolso de mujer encuadrado en primer plano, recuerda necesariamente a aquella otra -inolvidable- de Marnie, la ladrona (Marnie, Alfred Hitchcock, 1964). No obstante, el paralelismo se antoja un guiño para la galería, sin trascendencia alguna: cuesta reconocer la impronta del “mago del suspense” en la ópera prima de Kim Yonhgoon. El surcoreano parece, más bien, querer emular a los grandes cineastas de su patria, y su cinta es deudora sin duda de Park Chan-wook, autor de la célebre y cruenta Oldboy (2003), y de Bong Yoon-ho, que recibió crédito internacional con la archigalardonada Parásitos (Parasite, 2019). El novel realizador, sin embargo, no les alcanza: se queda a una prudente distancia de seguridad de ellos, no se sabe muy bien si por inexperiencia o por la falta de una voz cinematográfica propia. Tal vez esta acabe por desarrollarse, y Yonghoon logre hacerse un hueco entre los realizadores significativos del cine asiático. El tiempo lo dirá.

En cualquier caso, se pueden elogiar dos aspectos formales de Nido de víboras, que la convierten en una cinta un tanto hipnótica, en un thriller atípico cargado de ese violento humor negro que es tan del gusto de los surcoreanos. El primer rasgo notable es su pulcritud narrativa, que resulta interesantísima en su desorden temporal, su estructura circular y sus rimas internas (como el tatuaje del tiburón tigre o la cajetilla de Lucky Strike). Se trata, sin duda, de un relato algo complejo, pero tan bien medido que no resulta farragosa la mezcla entre sus distintos arcos narrativos, que van convergiendo conforme avanza el metraje. El segundo especto a destacar es la brillante dirección de actores -no pocos de ellos veteranos- que dan lo mejor de sí mismos, generando en el respetable -además del disfrute debido- un amplio abanico de emociones que van de la compasión a la repugnancia.

Más difícil resulta discernir el fondo del film, la visión del mundo que sustenta el relato de Yonghoon. ¿Se trata acaso de una denuncia del capitalismo y el poder corruptor del dinero, como la expuesta de modo brillante por Parasite? Pudiera ser, aunque la propuesta carece de la genialidad formal y la incorrección política que catapultasen la cinta de Bong Yoon-ho. ¿Estamos ante una alegoría del karma, esa idea tan oriental y tan distante del concepto cristiano de gracia? Es posible. Pero tal vez la respuesta sea más sencilla que todo eso. Quizá Nido de víboras, detrás de su fachada de posmoderna antinarración, no sea más que una fábula completamente tradicional, en la que pierden los malos -que son aniquilados-, ganan los buenos -que se enriquecen y permanecen en su amor a pesar de las dificultades- y se indulta al personaje del matón, demasiado necio como para ser malvado.

Posiblemente sea desde esta última perspectiva desde la que más se disfrute un film que satisfará sobre todo a los amantes del cine surcoreano y de la comedia negra. Conviene acercarse a Nido de víboras sin buscarle lecturas profundas ni albergar mayores expectativas que las de dejarse llevar por un violento divertimento con una bolsa de dinero como mcguffin. ¡Ah, el mcguffin! Ahí estaba Hitchcock, después de todo.

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