Crítica
Público recomendado: +16
Uno nunca sabe dónde puede sorprenderlo el terremoto de la historia. Por ejemplo, a Olga (Anastasiia Budiashkina), la joven gimnasta de 15 años que protagoniza esta película, la llamada “revolución del Euromaidan”(2013-2014) la encuentra entre Suiza -donde entrena para los Campeonatos de Europa preparatorios de los Juegos Olímpicos- y Ucrania, donde su madre, que es periodista, cubre la revuelta que condujo a la huida del presidente Víktor Yanukóvich en 2014. Físicamente está en el país alpino, pero emocionalmente está en su patria. A través de los ojos de esta joven, desgarrada entre la distancia física y la cercanía afectiva, asistimos a los primeros acontecimientos que conducirían a la tragedia que vive hoy Ucrania.
“Olga” es el primer largometraje de Elie Grappe, joven director y guionista francés afincado en Suiza. Hasta ahora, Grappe ha dirigido dos cortometrajes y hay que felicitarlo, pues, a la vista de la cinta que ahora se estrena. Durante 85 minutos, seguimos con inquietud, tristeza y esperanza las protestas, la violencia y las convulsiones de un país dividido. En efecto, tal vez quepa un único reproche a la película de Grappe: en general, da voz e imagen sólo a los manifestantes, es decir, al “europeísmo” que pretendía un acercamiento a la Unión Europea y Estados Unidos y un alejamiento de la influencia rusa que el presidente huido encarnaba. Hay, sin embargo, cierto silencio en torno a los rusohablantes de la zona oriental, que se iban sintiendo alienados a medida que las protestas iban evolucionando hacia un golpe de Estado o, dicho de forma más diplomática, un cambio de régimen.
El director declaraba en una entrevista que “quería explorar los vínculos entre una frontera geográfica e íntima”. Sin duda, lo ha conseguido. “Olga” nos toma de la mano para adentrarse en esa frontera entre la tensión política y la conmoción personal que todo el mundo sufre cuando el viento de la historia se pone a soplar con fuerza. Contribuyen a ellos los silencios, las voces distorsionadas de las videoconferencias y el ruido tumultuoso de los disturbios. Cuando veía estas imágenes, recordaba aquellas concentraciones en Kiev que pasaron de ser pacíficas a terminar en tiroteos.
Desde un punto de vista antropológico, la película no deja de suscitarnos preguntas sobre la vida cotidiana de aquellos a quienes la historia les pasa por encima. La distancia entre Suiza y Ucrania no hace sino acentuar el dramatismo y la tensión entre el sacrificio y la esperanza. Las conversaciones entre Olga y su madre van revelando la aceleración de los acontecimientos. Será inevitable, no obstante, superar la tragedia personal para afrontar la cuestión política. Esta película trata, tal vez sin quererlo, sobre la protesta, la represión y el golpe de Estado. El espectador tendrá que responder a la pregunta sobre el sentido y el fin de un proceso político que no ha concluido.